tag:blogger.com,1999:blog-14305218148350771372023-11-15T05:52:55.355-08:00Los cuentos de Lauría y BecerraEn este blog publicaré (o republicaré) los cuentos que tienen por protagonistas a dos personajes que me sirven de vehículo para el desenfado, la exageración y el despropósito.Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.comBlogger12125tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-38208897324990875932011-05-19T16:27:00.001-07:002011-05-19T16:32:16.253-07:00LAS CHINAS - Sergio Gaut vel Hartman<div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Times New Roman';"><span style="font-family: Symbol;">¾</span></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Times New Roman';">Está obsesionado con las chinas, Lauría </span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Times New Roman';"><span style="font-family: Symbol;">¾</span></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Times New Roman';">dijo Becerra al mismo tiempo que abría el tercer sobre de azúcar encima del mismo café y dejaba caer el contenido como una fina lluvia.</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Times New Roman';"></span>¾</span>No sé cómo puede tomar el café tan dulce <span style="font-family: Symbol;">¾</span>replicó Lauría. Era especialista en eludir la respuesta directa a cualquier pregunta que se le formulara. Su método consistía en hallar algún rasgo vergonzoso en el interlocutor y señalárselo<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Es como ser drogadicto.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Necesito incorporar azúcar <span style="font-family: Symbol;">¾</span>se defendió Becerra moviendo la mano torpemente<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Mi metabolismo lo requiere. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Golpeó la cuchara que hizo palanca contra el borde de la taza y salió despedida, haciendo piruetas en el aire.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>El problema no son las chinas, sino la fertilidad de las chinas <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Demasiado fértiles, para mi gusto. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Puntada en cruz. Nudo. Tirón. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>La invasión es inminente e inevitable. Caerán sobre nosotros como una fina lluvia de azúcar y roerán nuestras entrañas con sus dientes metálicos. Los chinos son como ratas robóticas.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Cómo? <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Becerra, en cuatro patas debajo de la mesa, no tenía claro si ahora estaban hablando de las chinas, del azúcar o de la maldita cuchara, escurridiza como una laucha, que no se veía por ninguna parte.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Son como conejas; siempre están preñadas o recién paridas. Y a mí los conejos me dan tanto asco como las ratas o los ratones. Ni siquiera sé distinguir los metálicos de los otros.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Como las lauchas <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Becerra, que había atrapado una movediza mancha plateada y la sostenía entre dos dedos; tanto podía ser una sardina, una cuchara o una laucha, no estaba seguro, inmerso en la oscuridad que reinaba bajo la mesa. Ese era su karma: el universo tendía a desmenuzarse cuando él trataba de asirlo por la cola.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Le voy a confesar algo, amigo Becerra <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría escarbándose el espacio entre los dientes con la uña<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, el universo es todo un tema. Tenemos tan pocas posibilidades de frenar la tendencia de las cosas hacia el desorden generalizado como de invertir el curso del tiempo cuando es inminente el arribo a la estación terminal. Estación terminal es una metáfora de la muerte, ¿entiende?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">Becerra, que había creído arrojar la laucha <span style="font-family: Symbol;">¾</span>o la sardina<span style="font-family: Symbol;">¾</span> a una buena distancia, comprobó que se trataba de la cuchara perdida cuando oyó el repiqueteo del metal contra las baldosas. Pensó que la mano de hierro de la desesperación lo asía del cuello como si él fuese un pollo de cuarenta días. O una rata robótica china.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>En este bar <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Becerra<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, ¿le cobran a uno si extravía una cuchara?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>No se extravíe, Becerra, no se disperse <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Recuerde que nuestro tema son las chinas, las chinas preñadas y las chinas paridas. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Trató de acariciar la cabeza de Becerra que sobresalía a un costado de la mesa, pero el pelo estaba duro como una caparazón de tortuga; Becerra usaba demasiada brillantina. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Recuerde esto: hay cuatro clases de chinas. Las demasiado jóvenes. Las preñadas. Las paridas. Las demasiado viejas. Cuatro clases. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Unió cuatro dedos y los sacudió de arriba abajo y de derecha a izquierda. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Cuatro.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"> <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Eso ocurre con todas; no necesitamos a las chinas para que se verifique la teoría. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Becerra trató de incorporarse, pero haber andado en cuatro patas por debajo de la mesa le había producido un intolerable dolor lumbar. No lograba enderezarse.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Está preparado para afrontar el gasto de la cuchara que perdió, Becerra? Era de buena plata. Calculo que no le van a pedir menos de trescientos, si no la encuentra enseguida. ¡Mozo!</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Para qué lo llama? <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Becerra, aterrado<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Deme la oportunidad de buscarla un poco más. ¿Se cree que me sobran esos trescientos?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>El plan de los chinos es de largo aliento <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría sin prestar atención al espanto de Becerra<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. La capacidad reproductiva de las chinas en edad fértil les permite fabricar entre quince y veinte críos por cabeza. En los últimos cinco años entraron al país la friolera de un cuarto de millón de chinos, la mitad mujeres, todas en edad de quedar preñadas. Un cálculo conservador nos lleva a establecer que antes de dos décadas habrá cinco millones de chinos en nuestra patria y en otras dos nos habrán superado en población. Imagínese: un presidente llamado Chu-tse Kiang y el ministro de cultura y educación: Sun-kai Tung. Así por el estilo y hasta el infinito.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">El mozo, un gallego casi extinguido, se había plantado ante la mesa y miraba a Becerra con ojo crítico; no le gustaban los parroquianos que andaban a gatas bajo las mesas. Y eso que todavía no sabía nada de la cuchara.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Tráigame una copa de aguardiente de arroz <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría sin alzar la vista de una mancha de café que se obstinaba en empapar el mantel.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>El señor <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo el mozo apuntando a Becerra con la barbilla<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, ¿se va a servir algo?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>No <span style="font-family: Symbol;">¾</span>balbuceó Becerra<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Yo no quiero nada. Todavía no pude tomar el café.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Ese café está helado <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo el mozo con un tono admonitorio que no dejaba flanco a la réplica<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. ¿Quiere que se lo caliente?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¡No! <span style="font-family: Symbol;">¾</span>gruñó Becerra<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Déjelo como está.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Como guste <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo el mozo, casi ofendido. Se dio la vuelta y se dirigió hacia el mostrador para cumplir con el pedido de Lauría. No se había dado cuenta de que faltaba la cuchara.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Aguardiente de arroz? <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Becerra<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. ¿Sake?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Así que lo que sigue <span style="font-family: Symbol;">¾</span>continuó Lauría, abstraído en su propio renglón de pensamiento— es encontrar un arma efectiva para combatir la proliferación de chinos. Un cortaplumas no es lo más adecuado, y una pistola de rayos es algo demasiado obvio. No necesitamos un arma propiamente dicha, sino un elemento pequeño, casi intangible, algo que no se descubra ni siquiera tras el más minucioso registro. Algo como un puñal de hielo, que se derrite luego de hundirse en el pecho de la víctima. Sin embargo, no logro imaginar, qué haría ese arma, si la consiguiera. Veamos. Estoy pensando en voz alta, Becerra, ¿qué hace, hombre?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>No tengo un arma pequeña <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Becerra regresando a la silla con visible esfuerzo; no había recuperado la cuchara, pero ya estaba resignado<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, tampoco un arma grande. Creo que no existen armas que sirvan para matar chinos sin que nadie se dé cuenta. Y también creo que toda esta justificación del genocidio chino es un poquitín racista... o por lo menos xenófobo.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Si no puede recuperar una cuchara que se le cayó al suelo, Becerra, mal podría dedicarse a cazar lauchas o sardinas. Usted debería dedicarse a otra cosa. ¿No pensó en disfrazarse de payaso e ir a uno de esos selectivos de la televisión? Tenemos que encontrar un buen nombre para ese payaso; el nombre es todo, las formas controlan el mundo. </div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Estaba hablando de las chinas <span style="font-family: Symbol;">¾</span>suspiró Becerra<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, de su fecundidad. </div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Los gorriones <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>No <span style="font-family: Symbol;">¾</span>insistió Becerra<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, de las chinas.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Los gorriones son los enemigos ancestrales de los chinos <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, más que los nipones y los coreanos; más que los rusos y los vietnamitas o los tibetanos y los indios. Los gorriones no olvidan.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">Becerra no entendía adónde quería llegar Lauría, pero atento a que cualquier mínimo empujón lo sacaría al otro del camino prefirió guardar silencio. Mejor que eso, deslizó un comentario superficial, más inocuo que la neblina o el vapor. Grande, móvil e inocuo.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Las chinas preñadas <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo, sabiendo que Lauría no haría pie en las chinas preñadas. Tal cual; genio y figura.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Los chinos mataban a los gorriones con el ruido. El método era golpear con fuerza piezas de metal, unas contra otras. Imagínese: miles y miles de chinos golpeando gongs y platillos, todo el tiempo, impidiendo que los gorriones se acercaran a los sembrados. Sabe que para los chinos el número no es problema; será porque fueron ellos y no los árabes quienes inventaron los números. Pero no quiero desviarme del tema. Los chinos, golpeando sus metales impedían que los gorriones se posaran en el suelo y los gorriones, exhaustos, sin posibilidades de encontrar un lugar en el que hacer pie, sin posibilidades de dejar de batir las alas, sufrían ataques cardíacos y morían en vuelo. Los chinos impedían que los gorriones se comieran los granos, cierto, pero los gorriones desarrollaron un odio hacia los chinos que se parece al que siente usted, Becerra.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¡Yo no los odio! <span style="font-family: Symbol;">¾</span>protestó Becerra<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Usted odia a los chinos, Lauría. Lo dice siempre. Lo suyo es una suerte de cínico antisinismo. </div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Los gorriones, no obstante <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría desestimando la protesta de Becerra con gran economía de gestos<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, no son idiotas. Debe reconocer que la agresividad que los chinos practicaron con los gorriones fecundó el resentimiento de estas nobles aves, una animosidad que sólo puede compararse a la que los armenios sienten por los turcos. Los gorriones no se olvidan de los chinos. Me dirá usted, Becerra, que poco pueden hacer unos minúsculos gorriones contra un pueblo numeroso, prolífico, sabio y meticuloso, un pueblo que se dispone a conquistar <st1:personname productid="la Luna" w:st="on">la Luna</st1:personname> dentro de pocos años y desde ahí hacer pie para colonizar todos los planetas del sistema solar, empezando por Marte. Hace algunos años se discutía acerca de si Marte sería ruso o yankee. ¡Discusión estúpida! Marte será chino. <st1:personname productid="La Humanidad" w:st="on">La Humanidad</st1:personname> no podrá con los chinos. Y todo el universo será chino mucho antes de lo que imaginó Olaf Stapledon.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Quién es Olaf Stapledon? <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Becerra.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Hay un atajo <span style="font-family: Symbol;">¾</span>prosiguió Lauría<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Las otras razas no pueden con los chinos porque los chinos son más inteligentes que los ingleses y los franceses. Pero, ¿qué pasaría si la inteligencia de los gorriones pudiera ser aumentada exponencialmente? No digo un aumento tal que permitiera a los gorriones construir naves espaciales y copiar cualquier artefacto inventado por los norteamericanos, pero sí un aumento que les permitiera enfrentar con éxito el arma más efectiva de los chinos. </div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">—No tengo idea —dijo Becerra, consternado.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">—Exacto, adivinó: el arma secreta de los chinos es la fecundidad de las chinas.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Sí? <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Becerra, encantado de poder injertar aunque más no fuera un monosílabo, aunque al mismo tiempo le quedaran profundas dudas de haber adivinado nada.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Encontró la cuchara, Becerra?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿La cuchara? ¿Quién se acuerda de la cuchara si estamos llegando a <st1:personname productid="la Luna" w:st="on">la Luna</st1:personname> con los chinos y alcanzando el cociente intelectual de Will Bates con los gorriones?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Will Bates? <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Lauría movió la cabeza como si un abejorro se le hubiera metido en el oído. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Will Bates. ¿Cría gorriones?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">Becerra pensó que había llegado su oportunidad, esa que se presenta una vez por partida. Lauría estaba desconcertado, aturdido. Se disponía a rematar, clavando la aguja en el punto exacto, cuando apareció el gallego con el aguardiente y desmoronó la delicada estructura armada por Becerra.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>El aguardiente <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo el gallego, incapaz de soslayar lo obvio<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Usted, el otro, ¿seguro que no quiere nada? Veo que se ha formado una especie de hongo sobre el café; no lo tome, puede ser venenoso. ¿Quiere que le traiga otro? ¿Un té verde, quizás?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">Lauría movió la mano para indicarle al mozo que se retirara. El tiempo ganado le había servido para rearmar la defensa.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>La solución es sencilla <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo, reanudando el discurso interrumpido<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Aumentamos la inteligencia de los gorriones unas cinco o seis veces. Potenciamos el resentimiento que guardan por el asunto de los ruidos y los infartos. Recuerde: los gorriones tienen memoria ancestral y arquetípica, según el modelo junguiano. Les enseñamos que no sean compasivos ni tolerantes ni reticentes. Los educamos para que reconozcan a las chinas preñadas, aunque estén de dos meses. Les enseñamos la técnica del kamikaze. No sé si en ese orden, pero estoy seguro de que ese conjunto de imperativos categóricos operarán en positivo para que la explosión demográfica de los chinos remita. </div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">Becerra miró a Lauría entrecerrando los ojos. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Usted está loco? <span style="font-family: Symbol;">¾</span>le dijo finalmente. A continuación, advirtiendo que el tono no era el adecuado, rectificó: <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Usted está loco. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Como era habitual, Lauría no contestó directamente, y en este caso estaba perdonado: no era una pregunta.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>El aguardiente de arroz; es de lo mejor. ¿No quiere tomar una copa?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>El aguardiente de arroz es chino <span style="font-family: Symbol;">-</span>dijo Becerra, más resentido que los gorriones<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Más allá de que su extravagante teoría no tiene asidero ni posibilidades de verificarse en la realidad, ya que no existe poder sobre el planeta que pueda aumentar la inteligencia de los gorriones ni utilizar el odio de éstos contra los chinos, en el caso de que la anécdota del ruido y los infartos no sea un cuento chino <span style="font-family: Symbol;">¾</span>se permitió una pausa para respirar, pero Lauría no lo interrumpió; estaba como ido, en un limbo<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, el proyecto de convertirlos en kamikazes para obligar a las chinas preñadas a abortar es de una crueldad, de una inmoralidad, de una obscenidad, de un sadismo...</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>¿Cuántos sinónimos me va a disparar? <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría sonriendo<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Yo sólo quiero solucionar el problema, que sus hijos puedan vivir en un país libre de chinos. ¿Somos amigos o enemigos?</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Soy estéril <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Becerra<span style="font-family: Symbol;">¾</span>. Pero no quiero vivir en un país libre de chinos a ese precio; preferiría un país libre de Laurías.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>No lo tome a la tremenda. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Lauría bebió un trago de su aguardiente y revoleó los ojos de una manera muy cómica. Se hacía difícil detestar al tipo; sus extravagancias le ponían pimienta a la vida anodina de Becerra, quien sabía que Lauría, en el fondo, ni siquiera se tomaba en serio a sí mismo. Becerra pensó: para nada; me dejé arrastrar una vez más por las facilidad que tiene para ponerme en ridículo. ¿Ahora qué? Puedo declararme su enemigo y él se morirá de risa.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">Dos chinas muy jóvenes se habían acercado a la mesa. Eran bellísimas, de rasgos delicados y armoniosos; cuerpos sutiles, manos finas. Por otra parte ostentaban todos las características que el lugar común se había empeñado en atribuir a su raza: timidez, recato, humildad, complacencia.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Esta cuchara <span style="font-family: Symbol;">-</span>dijo la más alta de las dos, un bombón de pura dulzura<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, ¿es de alguno de ustedes? <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Hablaba en perfecto español, con un dejo oriental indefinible y encantador.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Amigo Becerra <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, siempre hay otro método, tal vez incluso mejor, para resolver un problema. ¿Cuál prefiere? Elija usted.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">Becerra captó al vuelo la idea de Lauría, si se quiere más perversa aún que la de los gorriones. <span style="font-family: Symbol;">¾</span>Recuerde que soy estéril <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo entre dientes.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;">Fiel a su costumbre, Lauría no contestó, pero su cabeza empezó a hacer cálculos. Llegado el caso, él podría ocuparse de la china de Becerra, o podía reclutar voluntarios para preñar a las chinas. No había necesidad de mezclar el placer con el deber.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: Symbol;">¾</span>Si una china tiene un hijo con un nórdico como yo, por ejemplo <span style="font-family: Symbol;">¾</span>dijo Lauría<span style="font-family: Symbol;">¾</span>, ese hijo, ¿qué es? Chino no, imagino.</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><br />
</div></div><div class="MsoBodyText" style="line-height: normal; mso-pagination: widow-orphan; text-indent: 14.2pt;"><div style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" style="font-family: Symbol;"><br />
</span></div></div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-72573955005273952862009-09-04T07:58:00.001-07:002011-05-19T16:15:52.810-07:00REPARACIÓN - Sergio Gaut vel Hartman<div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" style="color: #660000; font-family: Arial; font-size: medium;"><span class="Apple-style-span" style="-webkit-border-horizontal-spacing: 2px; -webkit-border-vertical-spacing: 2px; white-space: pre;"><b><br />
</b></span></span><br />
<span style="-webkit-border-horizontal-spacing: 2px; -webkit-border-vertical-spacing: 2px; font-family: Arial; font-size: 13px; white-space: pre;"></span>Viernes 4 de julio. Apogeo de la tertulia en Banchero. De pronto, la escena se cristaliza, el tiempo se congela. Un instante después, Becerra y Lauría se materializan en el reservado del primer piso.</div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; text-align: justify;"><span lang="ES-AR">—Me está metiendo en otro lío.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; text-align: justify;"><span lang="ES-AR">—Quédese tranquilo, Becerra.</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; text-align: justify;"><span lang="ES-AR">—¿Vale la pena usar el desmotador de fibras cuánticas para tan poca cosa?</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; text-align: justify;"><span lang="ES-AR">—¿Poca cosa? ¡Estamos reconstruyendo el planeta luego de la catástrofe global de 2012!</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; text-align: justify;"><span lang="ES-AR">—Pero ¿no teníamos alguna otra cosa que rescatar? ¿Un físico? ¿Un médico eminente?</span></div><div class="MsoNormal" style="margin-bottom: 0px; margin-left: 0px; margin-right: 0px; margin-top: 0px; text-align: justify;"><span lang="ES-AR">—Cállese. Necesitamos a Giorno. El planeta no puede prescindir de la pizza calabresa.</span></div><div></div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-74804610039926216342009-02-12T11:35:00.000-08:002011-05-19T16:16:16.021-07:00VÍCTIMAS DEL PAN CON MANTECA - Sergio Gaut vel Hartman<div style="text-align: justify;">En vida, Gilda y Rodrigo no se conocieron, pero una vez muertos, el gran necrocelestino Mirto El Grande se ocupó de hacerles gancho. Al principio Gilda no quería saber nada con Rodrigo ni con ningún otro muerto porque le daban asco y ni siquiera se atrevía a mirarse al espejo. Pero por esos diches (los días-noches del ultramundo se llaman diches) se murieron Lauría y Becerra (al mismo tiempo, en un accidente fatal; chocaron contra una nave extraterrestre mal estacionada) y fueron a parar a la sección del ultramundo que los veteranos llaman Necrosario, la misma en la que estaban Gilda, Rodrigo y Mirto. Como cualquier lector avispado de la serie ya habrá conjeturado, Lauría no tardó lo que se dice nada en poner el lugar patas para arriba. Por lo pronto, aunque nunca antes había sido necrocelestino, quiso hacerle la competencia a Mirto y empezó a concertar citas entre muertos inverosímiles como Sade y La Flor Azteca, Proserpina y Ricardo Giorno, Nerón y Atila, el polaco de la heladería y Madonna, Navratilova y el Golem y así por el estilo. Mirto El Grande se arrancaba las orejas a cada rato de puro desesperado (pelo ya no tenía cuando estaba vivo) y trató de empujar a Lauría más allá del horizonte de eventos, pero nuestro héroe es duro y si pudo sobrevivir a todas las peripecias que lo hice afrontar en los cuentos anteriores de esta serie no iba a claudicar ante los empellones de un mariquita de la tele.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se puede saber qué mosca lo picó? —dijo Lauría cuando vio que Mirto se mutilaba de un modo muy grosero delante de una cohorte de querubines imberbes que, corresponde aclararlo, no parecían impresionados en absoluto.</div><div style="text-align: justify;">—¡Yo estaba tranquilo! —aulló el necrocelestino—. Era como una reina, acá. Organizaba encuentros, desfiles, debates inteligentes que se transmitían a todo el Necrosario y yo era feliz. Pero llegó usted… usted… usted es como una plaga, ¡es una enfermedad!</div><div style="text-align: justify;">—¿Una enfermedad infecciosa? —replicó Lauría—. Nah. Pavadas. Lo que pasa es que a usted le gusta victimizarse, amigo. ¿No es cierto, Becerra?</div><div style="text-align: justify;">Becerra se encogió de hombros. Extrañaba a Tetas más de lo que se extraña el pan con manteca salado y su única esperanza era que la guacha se muriese y viniera al Necrosario a hacerle compañía.</div><div style="text-align: justify;">—¡No es cierto, Becerra! ¡No es cierto, Becerra! —remedó Mirto—. ¿Se puede saber por qué y para qué se inmiscuye donde no lo han invitado? ¿Lo invité a almorzar, yo, acaso?</div><div style="text-align: justify;">—La libre competencia —aclaró Lauría— es un elemento clave para un eficiente funcionamiento de la economía, aquí, allá y más allá.</div><div style="text-align: justify;">Mirto se frenó en seco.</div><div style="text-align: justify;">—¿Hay más allá de acá?</div><div style="text-align: justify;">—¡Claro! Hay muchos más allás.</div><div style="text-align: justify;">—Más allases —corrigió Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—Más allaes, en todo caso —retocó Mirto.</div><div style="text-align: justify;">—Como gustéis —ironizó Lauría—, pero antes de morirme quiero construir un imperio como el de Will Gueits.</div><div style="text-align: justify;">—Ya está muerto —dijo Mirto—. ¿No le avisaron?</div><div style="text-align: justify;">—¿Murió Will Gueits? ¡Qué espanto! ¡Qué horror! ¡Tan joven! ¡Tan rico!</div><div style="text-align: justify;">—Usted.</div><div style="text-align: justify;">—Yo no soy rico —se atajó Lauría, que se veía venir la cosa por el lado de la presión impositiva encubierta—. Soy más pobre que una laucha; me encanta Lolita Torres, y antes de eso Miguel de Molina y todo lo kitsch y berreta del mundo, como los boleros. Y después Almodóvar. ¿Ve que después de todo tenemos gustos en común?</div><div style="text-align: justify;">—No dijo eso —aclaró Becerra—. Dice que nosotros estamos muertos.</div><div style="text-align: justify;">—Jajajá. No me hagan reír. Para que yo me muera primero se tiene que morir el autor, y no sé si eso va a ocurrir algún día, porque si bien es seguro que el autor es mortal, yo aspiro a la inmortalidad. ¿Le parece presuntuoso y arrogante, Becerra?</div><div style="text-align: justify;">—¡No, qué me va a parecer! —Becerra sabía que contradecir a Lauría era más peligroso que masticar navajas oxidadas.</div><div style="text-align: justify;">—Hablemos en serio —dijo Mirto acomodándose la túnica.</div><div style="text-align: justify;">—Dele —dijo Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—¿Puede explicarme los motivos por los cuales usted ha invadido mi espacio, involucrándose de un modo insidioso en las actividades que vengo desarrollando desde hace incontables diches?</div><div style="text-align: justify;">—Habla bien, el puto. ¿No es cierto, Becerra? Parece un abogado. </div><div style="text-align: justify;">Mirto iba a replicar, pero en ese momento pasó Gilda del brazo de Rodrigo. Gilda estaba embarazada de siete meses; era la primera vez que eso ocurría en el Necrosario.</div><div style="text-align: justify;">—Mi mayor éxito —dijo Mirto abanicándose con las manos—. Ese vástago será el artista popular más popular de todos los tiempos.</div><div style="text-align: justify;">—No lo dudo —dijo Lauría guiñando un ojo y propinándole a Becerra tal codazo en el plexo que este cayó al suelo boqueando.</div><div style="text-align: justify;">—Eso no me gustó nada —dijo Mirto levantando un dedo acusador.</div><div style="text-align: justify;">—Becerra está acostumbrado.</div><div style="text-align: justify;">—No me importa Becerra. Hablo de la ironía implícita en su comentario acerca del hijo de Gilda y Rodrigo. ¿Alguna vez le dijeron que usted es un típico vesánico?</div><div style="text-align: justify;">—Cientos de veces. ¿A qué viene?</div><div style="text-align: justify;">—Piensa que se trata de un embarazo fraudulento y no disimula, ni siquiera por cortesía.</div><div style="text-align: justify;">Lauría contempló a Mirto como si en la heladería le hubieran sustituido el chocolate por algo que no se debe nombrar en un cuento serio y delicado como este.</div><div style="text-align: justify;">—Becerra, ¿se imagina si Mirto hubiera estado entre los concurrentes a mi conferencia de Elortondo, cuando tuve esa formidable erección producto de la lectura de los sagrados textos de los Padres de la Iglesia?</div><div style="text-align: justify;">—¡Por favor! —musitó Becerra en un hilo de voz, aún sin aire.</div><div style="text-align: justify;">—¡Ay, ay, ayayay! —exclamó una voz melodiosa. Era Gilda que iniciaba su trabajo de parto antes de tiempo.</div><div style="text-align: justify;">—Lo que yo dije —observó Lauría—: sietemesino.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cuándo dijo eso? —Mirto empezó a mirar hacia todos lados en busca de una ambulancia que llevara a la parturienta a la maternidad para que una partera, un obstetra y un neonatólogo se hicieran cargo de la madre y de la criatura. Pero en realidad debo aclarar que el pobre sujeto estaba pasando por un eclipse de sus facultades, ya que como todo el mundo sabe no hay ambulancias, maternidades, parteras, obstetras y neonatólogos en el Necrosario porque tampoco suele haber parturientas. Esa clase de eclipse se llama síndrome de Ronea-Darelo y tiene su origen en la fibrilación de las fibras de la trama bránica. Pero no voy a perder el tiempo explicándoles esto a ustedes, que de mecánica cuántica entienden menos que Paris Hilton.</div><div style="text-align: justify;">—¿Me puede conseguir un vaso de agua Perrier? —Becerra seguía boqueando y se había puesto azul. Pero la posibilidad de asistir al parto del hijo de Gilda y Rodrigo lo dio vuelta como un guante y se limitó a improvisar algo para salir del paso.</div><div style="text-align: justify;">—El viajero del tiempo, que incidentalmente es también el autor de esta serie, buscará la forma de traerle a Tetas para que lo atienda, ¿se conforma?</div><div style="text-align: justify;">La sola mención de su novia hizo que Becerra se sintiera un poco mejor. El tono de la piel del pobre diablo pasó al lila y de allí al carmesí, componiendo una insólita remembranza de lo acontecido en el planeta de los hermafroditas gordos (historia que se narró en otro cuento de esta serie; no sean vagos y léanla completa; no puedo estar repitiendo una y otra vez los mismos hechos).</div><div style="text-align: justify;">Gilda cantaba los últimos acordes de su parto cuando Lauría, montado en unos rollers que había conseguido a precio de escándalo en un cambalache del Necrosario, llegó junto a ella. Rodrigo también cantaba, aunque sin los equipos de sonido y el acompañamiento correspondiente sonaba como una puerta con los goznes llenos de herrumbre, cuando la sacude el Pampero, a las tres de la mañana, en el medio del campo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué tal? —dijo Lauría tratando de hacerse el simpático—. ¿Cómo va la parición? Seguro que va a parir un guachito lindo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Usted quién es? —dijo Rodrigo, quien para hacerlo había tenido que dejar de cantar.</div><div style="text-align: justify;">—Doctor Lauría, obstetra. Aquí tiene mi tarjeta.</div><div style="text-align: justify;">—¿Universidad de San Herma, planeta Carmesí? Nunca la oí nombrar. </div><div style="text-align: justify;">—Usted ignora tantas cosas —dijo Lauría apoyando la mano en el hombro del cantante y bajando la cabeza consternado— que si yo empezara a enseñárselas ahora este cuento se convertiría en una saga como las de Frank Herbert.</div><div style="text-align: justify;">—Ya desesperábamos —dijo Gilda en pleno jadeo—; nos pareció que en este lugar no había médicos.</div><div style="text-align: justify;">—¡Por favor! Esto es más que el primer mundo, es el intermundo. Yo soy obstetra y mi colega Becerra es proctólogo.</div><div style="text-align: justify;">—Ultramundo —corrigió Gilda entre jadeos.</div><div style="text-align: justify;">—Es casi lo mismo: ultramundo, inframundo, seudomundo. ¿Se cree que no leí las obras completas del gran filósofo cuántico Samael Aun Weor?</div><div style="text-align: justify;">—¡En serio! —Rodrigo estaba encantado—. Travolta y Cruise están por renunciar a la basura diabética y se afiliarán a nuestra secta.</div><div style="text-align: justify;">—¿Diabética? —Becerra buscó perplejo la explicación de Lauría, pero vio que este le hacía la seña correspondiente a “no lo corrija para evitar que quede en evidencia la ignorancia del sujeto”, y se quedó en el molde.</div><div style="text-align: justify;">—¿Pueden apurarse? —jadeó Gilda.</div><div style="text-align: justify;">—Tiene razón —dijo Lauría hurgándose la nariz con una uña larga y sucia—. Aunque si lo pensamos en profundidad, esta criatura debe ser Jesucristo en su segunda venida. ¿Qué otra cosa puede nacer en este sitio?</div><div style="text-align: justify;">—¿Le parece? —Rodrigo estaba encantado con la nueva idea. Todo le encantaba, a Rodrigo.</div><div style="text-align: justify;">—No me parece —dijo Lauría—. Estoy absolutamente persuadido. Y si es Jesucristo no hay necesidad de inmiscuirse en el parto, convirtiendo algo sagrado en banal.</div><div style="text-align: justify;">—¿Está seguro, Lauría? —susurró Becerra. No quería, una vez más, ser víctima de un despropósito pergeñado por su amigo.</div><div style="text-align: justify;">—Tan seguro que le voy anunciando que esos tres que vienen trotando son los otros tantos reyes magos.</div><div style="text-align: justify;">—Buenas —dijo el primero de los reyes magos, que se parecía sospechosamente a John Lennon—. Venimos a entregar un pedido de albahaca, cedrón, tomillo y laurel.</div><div style="text-align: justify;">—Y también mirra, oro e incienso —agregó el segundo rey mago que se parecía demasiado a Freddy Mercury.</div><div style="text-align: justify;">—¡Ustedes, ustedes…! —Mirto el Grande, campeón de los cholulos, no podía creer lo que sus ojos le informaban. Y menos, cuando constató que el tercer rey mago era Elvis Presley.</div><div style="text-align: justify;">—Lauría —murmuró Becerra hablando por una raja de la comisura.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué, Becerra?</div><div style="text-align: justify;">—Me parece que una vez más va a ser necesario el Deus ex machina para arreglar la trama porque esto se fue irremediablemente al carajo.</div><div style="text-align: justify;">—No lo crea. El autor aparecerá como en casi todos los otros cuentos de la serie y arreglará la trama con uno de esos golpes maestros a los que nos tiene acostumbrados.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué le estaba diciendo?</div><div style="text-align: justify;">—No lo sé, Becerra, no lo sé. No presto atención cuando usted habla porque no dice más que estupideces.</div><div style="text-align: justify;">—Listo —dijo Gilda alzando al crío. Era muy lindo. Tenía ojos celestes y aspecto de Niño Dios de Pesebre Navideño.</div><div style="text-align: justify;">—Parece como si tuviera cinco o seis años, ¿no? —Becerra extendió el dedo para hacerle “ajó” y recibió una dentellada que le arrancó la falangeta. Y en ese mismo momento, mientras el mutilado trataba de contener la sangre que brotaba a chorros del muñón, el cielo se abrió en dos como el mar Rojo y se descolgó una plataforma sostenida por ocho recias cuerdas. Sobre la plataforma, vestida de túnica dorada con un gran escote, estaba Tetas, y yo a su lado. Considerando que casi no habíamos ensayado, la performance nos estaba saliendo bastante bien.</div><div style="text-align: justify;">—¡Deus ex machina! ¡Deus ex machina! —corearon los acólitos de la nueva religión.</div><div style="text-align: justify;">—¿Le dije o no le dije que nos iba a madrugar? —Lauría contempló a Becerra con expresión asesina y estiró la mano para estrangular a su amigo.</div><div style="text-align: justify;">—¡No me dijo! —Pero esta vez Becerra estaba preparado, y sobreponiéndose al dolor, extrajo de un bolso el AK-47 que le había comprado a la escribana Henríquez Rico por monedas. Sin vacilar, disparó una andanada de confites que cortaron por el medio a Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—¡Este es peor que el otro! —se espantó Mirto.</div><div style="text-align: justify;">—Amaos los unos a los otros —dijo el Niño.</div><div style="text-align: justify;">—¡Ya sé quién armó este berenjenal! ¡Es uno que yo conozco! —exclamó Lauría que no tenía la menor intención de morirse de nuevo, aunque estuviera cortado al medio, y mucho menos delante de una multitud de simpáticos lectores como ustedes. (Sí, usted, lector; y no tome este elogio como un gesto demagógico). </div><div style="text-align: justify;">—¿Quién es? —dijo Becerra, que una vez más entraba por el ojo de la aguja igual que el falso camello de las Escrituras.</div><div style="text-align: justify;">—No se merece que se la haga fácil, después del acto aberrante que acaba de perpetrar.</div><div style="text-align: justify;">—Fue sin querer —musitó Becerra, a quien la satisfacción le había hecho crecer una nueva falangeta—. Y de todos modos usted me provocó.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué le hizo a Lauría, Becerra? —exclamó Tetas que por fin había podido bajar de la plataforma y poner los pies en tierra.</div><div style="text-align: justify;">—Lo corté en dos usando la AK-47 que le compré a su amiga por unas pocas monedas.</div><div style="text-align: justify;">—¡Treinta dineros, siempre treinta dineros! —Tetas alzó los brazos y se mesó los cabellos realizando un movimiento tal que la túnica —que más bien era un batón— se abrió por completo, dejando al descubierto sus orondos atributos de vestal new age.</div><div style="text-align: justify;">—Ps, usted.</div><div style="text-align: justify;">—¿Yo? —dije.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, usted; acérquese. Como su preclara inteligencia habrá cogitado, yo no puedo moverme.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué?</div><div style="text-align: justify;">—¿No se le fue la mano? —susurró Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—No me parece. Está lindo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y le va a dejar este título de mierda?</div><div style="text-align: justify;">—¿Por qué no? “Testamento apócrifo” es peor.</div><div style="text-align: justify;">—Mire: no voy a discutir con usted. Pero más vale que arregle este desastre porque si no se va a tener que buscar otro personaje. No puedo seguir adelante dividido en dos mitades.</div><div style="text-align: justify;">—Es cierto —admití—. Tengo que arreglar esto. Pero ahora no se me ocurre cómo. Vamos a hacer lo siguiente. Usted se queda en el Necrosario con Mirto y los chicos estos que cantan tan lindo, y tanto Tetas como Becerra y un servidor nos montamos en la alfombra mágica, que no es otra cosa que un nuevo modelo de máquina del tiempo, y nos vamos a dar una vuelta por la segunda mitad del siglo XXI. El pobre Becerra ha viajado tan poco…</div><div style="text-align: justify;">—¡Espere! No me puede dejar así. Es una crueldad.</div><div style="text-align: justify;">Me planté frente a las dos mitades de Lauría con los brazos en jarras y moví la cabeza de arriba abajo varias veces. —Justo usted.</div><div style="text-align: justify;">—El príncipe Vladimir del Kievan Rhus se redimió de una vida entera de lujuria, promiscuidad y concupiscencia y hasta lo santificaron.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y eso, a qué viene?</div><div style="text-align: justify;">—Lo leí esta mañana y me pareció que calzaba bien. ¿A usted no le parece?</div><div style="text-align: justify;">—No.</div><div style="text-align: justify;">—Déjeme algo de comer, por lo menos.</div><div style="text-align: justify;">Compré cinco kilos de pan de centeno, lo corté en rebanadas finas, lo unté con manteca, le puse sal y se lo dejé al alcance de la mano. También le dejé hilo de coser y agujas. Seguro que iba a hacer una chapuza, pero no era asunto mío.</div><div style="text-align: justify;">Mientras mi máquina del tiempo se alejaba rumbo a 2069, alcanzamos a oír a los chicos que atacaban con el tercer acto de Lohengrin. Alguna vez, la más fea del baile le tenía que tocar a Lauría.</div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-88505464853224944822009-02-03T08:20:00.000-08:002011-05-19T16:16:40.506-07:00TESTAMENTO APOCRIFO - Sergio Gaut vel Hartman<div style="text-align: justify;">¿Les dije que soy el viajero temporal que se menciona en otros cuentos de esta serie? Ese, el propietario del tentáculo neural que sirve para capturar material digitalizado si se utiliza vinculado a un wub electrónico de un terabyte, el que le obsequié a Becerra cuando estuve de paso por los primeros años del nuevo milenio. Ahora, otra vez en 2047, creo que ha llegado el momento de narrar las peripecias que me vi obligado a protagonizar junto esos dos... sujetos. Sí, esos: Becerra y Lauría. Sólo les ruego que no pidan demasiada sensatez en lo que van a leer.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">—Dígame una cosa, Becerra —profirió Lauría—. La vez pasada me robó los archivos de Carlos Caganovelas usando el tentáculo neural que se utiliza vinculado a un wub electrónico de un terabyte. —Estaban encerrados en una habitación del Yorkshire Palace Hotel por razones que se develarán más adelante.</div><div style="text-align: justify;">—No sé de qué me habla —dijo Becerra con un parpadeo de ámbar en la penumbra. Usaba maquillaje fosforescente.</div><div style="text-align: justify;">—Sí sabe —ronroneó Lauría—. Ese wub que se usa para capturar material digitalizado, el que le obsequió el viajero del tiempo.</div><div style="text-align: justify;">Becerra sonrió como sonríen las matronas cuando se elogia el peso de sus retoños. También tenía los labios pintados con lápiz labial fluorescente. —¿Hice eso?</div><div style="text-align: justify;">—No empecemos de nuevo. Lo hizo. ¿Lo tiene?</div><div style="text-align: justify;">—Un tema nimio. ¿Qué prefiere, que lo tenga o que no lo tenga? Elija usted.</div><div style="text-align: justify;">—No se haga el gracioso. Preferiría que no lo tenga. Porque si lo tiene llegaré fácilmente a la conclusión de que es una herramienta que no puede quedar en manos de una persona imprudente y precipitada como usted. Y eso me produciría una profunda desazón.</div><div style="text-align: justify;">—Me da risa lo que dice, pero sí, lo tengo —dijo Becerra, imprudente, desafiando a Lauría.</div><div style="text-align: justify;">Y señalo que la respuesta de Becerra fue imprudente (y repito deliberadamente el término por tercera vez) porque Lauría no esperó ni un segundo para abalanzarse sobre su amigo y destrozarle los dientes, operación para la que se valió de una manopla obtenida de un pandillero del Bronx llamado Tony Manzueta que supo conocer en el Congreso Mundial de Gamberros de Camberra. Luego lo arrojó al piso —a Becerra, no al pandillero— y lo zarandeó como cebada en un cedazo. Una vez que Becerra estuvo inconsciente, Lauría encendió la luz y usando un láser de corte fino le trepanó el cráneo y le sacó el wub electrónico de un terabyte alojado junto al cuerpo calloso y retiró el tentáculo de proximidad que se usa para capturar archivos.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;">Yo estaba, como ya dije, en mi tiempo, en 2047, discutiendo la efectividad de los enlaces de superposición de objetos macroscópicos con el majarashi Salomón Trucho de Fetuccini 85. Se llama así: Salomón Trucho; majarashi es un cargo o dignidad de liderazgo espiritual. Él me estaba diciendo que los salomónidos de su planeta natal experimentan un comportamiento cuántico al remontar los arroyos y no se engañan pensando que los objetos macroscópicos que aparecen ante ellos tienen una conducta normal y diferente, ya que —sostienen los salomónidos, con toda justicia— los arroyos de montaña no pueden ser otra cosa que el resultado del comportamiento coherente de sus constituyentes cuánticos así como ellos mismos, los salomónidos, no pueden esperar de la vida otra cosa que comportarse congruentemente con sus constituyentes cuánticos y dedicarse a remontar los arroyos, desovar y morir. Equilibrio.</div><div style="text-align: justify;">Estaba a punto de refutarle esa postura señalando que los salomónidos siguen una pauta coherente y congruente con el medio con el que interactúan porque así han sido aleccionados en la cuna de cieno por majarashis como él, y que la pauta no ha sido elegida y decidida por ningún salomónido. También estaba a punto de decirle que la especie no goza del proceso de superposición y libertad del que devienen las demás especies superiores tras la apropiada y selectiva función de onda del proceso de decoherencia. Iba a agregar que su destino está estipulado con equidad ineluctable y extrema alevosía por los dogmas del culto salomónido que él lidera.</div><div style="text-align: justify;">Fue justo en ese momento, cuando iba a decirle todo eso, que sonó la alarma. Me despedí apresuradamente del majarashi Trucho y presté atención a las luces del panel de control que marcaban disfunciones del Principio Antrópico y anomalías en el Orden Implicado cuarenta años en el pasado. Aún cuando eso hoy, en 2047, es un asunto controvertido, una pequeña porción del corpus científico —los pocos estudiosos agudos e inteligentes que comprenden de qué estamos hablando— ya han aceptado su rol histórico y admiten que veinte años no es nada, y febril la mirada, te busca y te nombra... Y cuarenta tampoco es nada, por cierto. </div><div style="text-align: justify;">Tomé nota en un Laplace de la posición de cada partícula implicada como compuesto de luz, pero sin perder de vista que antes y después toda luz es también un compuesto de energía virtual, habida cuenta de que proviene de la energía originada en el big-bang y continúa replicándose en el fenómeno de incesante creación de pares electrón-positrón. Me rasqué la cabeza con una uña larga y sucia que remata el dedo índice de mi mano derecha y seguí conjeturando. Siendo los fotones virtuales intermitentes, pues la luz real y sus productos particulares subatómicos y moleculares son igualmente intermitentes, cosa que por otro lado exige el Principio de Incertidumbre, todo el espacio tiempo es discontinuo e intermitente, toda la materia y energía mensurable y no mensurable es intermitente. Usted, que lee este cuento, y antes de eso yo, que lo escribo, somos intermitentes. El universo todo es una monstruosa fluctuación de energía virtual que a cada instante regresa a su estado de superposición súper coherente y emerge al espacio que ocupamos manteniendo toda su memoria y congruencia sin que el azar pueda cambiar nada. No hay sitio para el azar ni tampoco para la causalidad determinista. Pues todo está superpuesto y cada instante está decidido a continuar con su propósito a trancas y barrancas. Pero ese propósito de continuidad evoluciona resonando en congruencia con sus planteamientos iniciales, de modo que las leyes permanecen incólumes y las estadísticas permiten hacer predicciones y viajar por el tiempo. ¿Capisce?</div><div style="text-align: justify;">Eso sólo podía significar una cosa: que en alguno de los múltiples universos Lauría y Becerra estaban haciendo una vez más de las suyas. No en el universo del cuento anterior de esta serie (donde Lauría y Becerra —recuerde, lector, no se distraiga— habían quedado, por decirlo de un modo sencillo, congelados), sino en otro de los infinitos universos que un escritor puede inventar... y a la hora de inventar a mí no me tiembla la mano.</div><div style="text-align: justify;">No tardé en llegar al pasado adecuado más de lo que se demora en leer el párrafo precedente. </div><div style="text-align: justify;">—¡Becerra!</div><div style="text-align: justify;">Vi toda la escena de la trepanación con un nudo en la garganta, pero desistí de hacer la pertinente corrección y viajar al momento en que Becerra pronunciaba su fatal e imprudente “pero lo tengo”. Hubiera sido muy arriesgado forzar la intermitencia discontinua y provocar la fluctuación de la energía virtual que a cada instante regresa a su estado superpuesto y súper coherente.</div><div style="text-align: justify;">Así que me materialicé en el momento preciso en que Lauría, con la lengua fuera de la boca, observaba el wub electrónico de un terabyte sosteniéndolo entre dos dedos a veinte centímetros de sus ojos. Para el que no conoce las sutilezas de la Física Supercoherente y el Principo de Libertad en la que toda partícula subatómica es un nodo virtual, y toda la materia se disuelve en el no-espacio como una duda fantasiosa, mis explicaciones acerca del funcionamiento del wub serían sumamente arduas de seguir, por lo que me limitaré a decir que lo que Lauría sostenía entre los dedos era un cubo de grafito de dos centímetros de lado. ¿Prestaron atención? Entonces pidan que se la devuelvan; la atención es como los libros: no se debe prestar, nunca. Y no se distraigan.</div><div style="text-align: justify;">—¿Usted quién es? —dijo Lauría. Estaba comiendo aceitunas griegas y arrojaba los huesos en el cuenco formado por la tapa del cráneo de Becerra.</div><div style="text-align: justify;">Tardé un momento en comprender que Lauría no se estaba haciendo el tonto; yo nunca había estado en ese universo. Un Lauría, un Becerra y una Tetas intactos (es un decir) sólo me conocían por el asunto del wub electrónico. —Soy el viajero del tiempo —repliqué—. Vengo a recuperar el wub electrónico de un terabyte que le presté a Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—¡No me diga! —exclamó Lauría—. ¿Puedo ver el título de propiedad del famoso wub, por favor?</div><div style="text-align: justify;">Me desubicó. De todas las variantes posibles esa era la única que no había considerado.</div><div style="text-align: justify;">—En mi época no se estila —dije para salir del paso. </div><div style="text-align: justify;">—Muy astuto, pero insuficiente para doblegar a Lauría. No se imagina a los nenes que puse de espaldas... por no alardear de los que terminaron con el culo roto.</div><div style="text-align: justify;">—Conozco su prontuario, Lauría, y su vocabulario también. Todos los registros del universo están saturados con las hazañas que perpetró a lo largo y ancho de su vida y a través de toda la Eternidad. ¿Me permite una sugerencia?</div><div style="text-align: justify;">—Con todo gusto.</div><div style="text-align: justify;">—¿Puede dejar de usar la tapa de los sesos de Becerra como aceitunero?</div><div style="text-align: justify;">—¿Lo dice usted, que usa la máquina del tiempo para fruslerías y fatuidades como ésta? ¿Tiene la desfachatez de reducir la vida y la consciencia al puro materialismo mensurable, obviando sin vergüenza la existencia del Universo Holista?</div><div style="text-align: justify;">Me replegué sobre mí mismo, totalmente abrumado por el discurso de Lauría. —¿Podría explicarme de qué está hablando?</div><div style="text-align: justify;">—El Universo Holista —respondió Lauría sin vacilar— está representado por la composición virtual-holista y apuntalado por la psicodelia de la materia, que es la responsable del Orden Implicado, de los estados cuánticos de entrelazamiento y superposición que rigen coherente y libremente el universo microscópico y macroscópico.</div><div style="text-align: justify;">—Mire, Lauría: no me venga a dar lecciones de Física Cuántica Demente, que para eso lo tengo a Salomón. Mi máquina del tiempo funciona, el wub electrónico funciona, y usted acaba de trepanar el cráneo de Becerra, lo que es un delito en todos los lugares y dimensiones del universo. No me trate de enredar con esa obsoleta verborrea paulina.</div><div style="text-align: justify;">—Usted se niega a ver las inadmisibles falacias de la pretendida inteligencia o sabiduría que postula —dijo Lauría muy suelto de cuerpo—. Por muchos milagros tecnológicos que produzca con sus cachivaches, lo suyo es pura ceguera. La iluminación reduccionista del científico es tan mecánica y falaz como lo es la iluminación del místico lograda por los ejercicios y prácticas de respiración, mantras y meditación que son tan fútiles, mecánicas y materialistas como las que inducen las sustancias psicodélicas... </div><div style="text-align: justify;">Me dejó con la boca abierta. ¿Cómo sabía que yo...? Pero por fortuna (o por desgracia, la superposición no me permite ponderar la diferencia) un evento inesperado rompió por completo la estasis e irrumpió con la fuerza de un bólido electrostático suprarenatal o, lo que es casi lo mismo, con la prepotencia esencial de un fenómeno sexual.</div><div style="text-align: justify;">—¡Tetas! —exclamó Lauría al ver que la inquietante mujer se aproximaba a nosotros. Balanceaba su par colosal como lo haría el producto de la cruza entre Hanzy von Reutemann, la heroína de la séptima King Kong y el transexual Paul María Goigoinin, rey del concurso universal “Glándulas mamarias” 2046.</div><div style="text-align: justify;">—¿Tetas? —Mi sana perplejidad era directamente proporcional a la erección que me había producido la mera visión de los globos, e inversamente proporcional a la certeza de que Tetas, mi Tetas, debía estar en casa, preparando un solomillo al champiñón. Pero eso, les recuerdo, por si están distraídos, ocurre en otro continuo.</div><div style="text-align: justify;">—Se llama Tetas —dijo Lauría, ofendidísimo—. ¿Quiere que la llame Isabel Sarli o Cicciolina? Por mí no hay problema, pero va a ser poco creíble allí donde vaya.</div><div style="text-align: justify;">—Pedazo de animal —dijo Tetas con las manos en las caderas, apuntando con la barbilla a Lauría y balanceando el culo—. ¿Se puede saber qué le hizo al pobre Becerra?</div><div style="text-align: justify;">—Sí —dijo Lauría, muy suelto de cuerpo—. Le trepané el cráneo para sacarle el wub electrónico de un terabyte que sirve para robar textos digitalizados. ¿Te gustan las aceitunas griegas? —Encadenando el dicho al hecho sacó del bolsillo un puñado de ovoides negros y arrugados y se los ofreció a Tetas. </div><div style="text-align: justify;">—No quiero aceitunas —dijo la mujer de mal talante—. Quiero que le vuelva a poner la tapa de los sesos en su sitio a mi novio.</div><div style="text-align: justify;">—¿Su qué? —No pude evitar la exclamación. Me había vuelto a olvidar que en este continuo no se habían producido los acontecimientos que se narraron en un cuento anterior de esta serie. A pesar de todo sentí que una oleada de vitriólicos celos me quemaba por dentro.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y éste quién es?</div><div style="text-align: justify;">Lauría me miró de arriba abajo. —No dijo su nombre. Un viajero del tiempo que reclama el wub que Becerra me obsequió antes de morir, ¡pobre Becerra! Estaba en la flor de la edad.</div><div style="text-align: justify;">Dije mi nombre. No lo entendieron. Mi nombre es una cifra de noventa y tres dígitos. Las costumbres cambian mucho en cuarenta años.</div><div style="text-align: justify;">—Le exijo que restituya la tapa de los sesos a su lugar de inmediato —dijo Tetas con energía—. No me importan los gubs ni los glubs, ni las aceitunas griegas. —Tetas se pasó el dorso de la mano por los ojos y la retiró empapada; sus lágrimas tenían el tamaño de limones brasileños.</div><div style="text-align: justify;">—¿Sabe hacerlo? —pregunté. Soy algo ingenuo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Que si sé? ¿Quién se piensa que soy? —Lauría frotó un trozo de plástico (una regla milimetrada) sobre la seca superficie de la tela de la manga de su camisa y casi de inmediato pude observar cómo las fuerzas de origen eléctrico generaban cargas electrostáticas entre los espacios atómicos y provocaban huecos tan grandes que un objeto sólido del tamaño y la forma de un cauterizador láser pudiera operar entre ellos.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué es eso? —preguntó Tetas.</div><div style="text-align: justify;">—Un cauterizador láser —respondió Lauría con la mayor convicción.</div><div style="text-align: justify;">—¿De dónde salió? —dije yo. Estaba estupefacto.</div><div style="text-align: justify;">—De los huecos virtuales provocados por las cargas electrostáticas que actúan entre los espacios atómicos cuando froto una regla milimetrada de plástico sobre la manga de mi camisa. —Me dio la impresión que Lauría me respondía irónicamente, como si no me tomara del todo en serio. Pero en ese momento reaccionó Becerra, se puso de pie y extendió un dedo admonitorio sobre Lauría. Parecía Yavhé reprendiendo a Abraham.</div><div style="text-align: justify;">—¡Devuélvame mi wub! —Y lo dijo antes de verme y reconocerme como el legítimo dueño del artefacto.</div><div style="text-align: justify;">—¡Querido mío! —dijo Tetas abrazándolo.</div><div style="text-align: justify;">Becerra olvidó rápidamente su interés por el wub y siguió sin verme. Las palpitantes glándulas mamarias de Tetas que, huelga decirlo, se comportaban como un circuito de potencia en el seno de un campo magnético débil, creado al pasar una corriente por un solenoide, dotaban a la escena de un aura casi surreal, superreal, a todos los efectos, mística.</div><div style="text-align: justify;">—¿Satisfechos? —dijo Lauría, por una vez en su vida contrariado hasta las lágrimas.</div><div style="text-align: justify;">Sin hablar tomé el wub de la mano de Lauría, que no se resistió, y lo coloqué en un lugar matemáticamente establecido por los estados de superposición que regulan la dinámica del espacio virtual, los entrelazamientos cuánticos y todas las discontinuidades en la energía mensurable.</div><div style="text-align: justify;">Lo que ocurrió entonces no puede ni debe atribuirse a una falla en la configuración del universo o a un desperfecto del Laplace. Casi me atrevería a decir que, por una vez en la Historia, la culpa no fue de Lauría.</div><div style="text-align: justify;">Mientras Becerra y Tetas se prodigaban caricias en el diván y Lauría rumiaba su fracaso en un rincón, ponderando la posibilidad de suicidarse, del otro lado de la puerta de la habitación 947 del Yorkshire Palace Hotel sonó la potente voz de la escribana Henríquez Rico. La escribana había regresado de Suiza y se disponía a vengar el asesinato de su perrito Luismi, hace cuatro o cinco cuentos.</div><div style="text-align: justify;">—¡Salgan con las manos en alto para que pueda liquidarlos, fanáticos cinofóbicos!</div><div style="text-align: justify;">La escribana Henríquez Rico portaba un AK-47 que le había comprado al diseñador de armas Mikhail Kalashnikov en persona y aprendió a usarlo tomando lecciones con el campeón olímpico de tiro, el chino Yang Ling. Tras regresar de Suiza, donde había permanecido depositada en el Zuerst Nationale Bank von Schwyz Waldstätte, la escribana sólo tenía un objetivo: matar a Lauría y a Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—¿Quién es esa loca gritona? —exclamó Tetas librándose de Becerra con un movimiento tan brusco que el pobre quedó boqueando en el aire, como una merluza recién pescada. </div><div style="text-align: justify;">—¡Estamos perdidos! —exclamó Lauría trepándose a un sillón. Aún blandía el cauterizador láser pero descreía de la posibilidad de que las circunstancias le permitieran elegir libremente entre vivir y perecer. La escribana Henríquez Rico era un adversario temible, y furiosa ni se imaginan.</div><div style="text-align: justify;">Una ráfaga del famoso fusil de asalto ruso dejó en claro lo poco importantes que son los principios que rigen las leyes que dieron origen al Universo si alguien no se pone a cubierto a tiempo de otro alguien que dispara con una AK-47. Lauría abandonó toda su pose de resistente y se arrojó debajo de un sillón. Noté que le sobresalía el culo, pero no me pareció adecuado decírselo en frío, sin anestesiarlo primero. Se hubiera muerto de vergüenza y en todo caso para él habría sido preferible morir acribillado por los proyectiles de la AK-47.</div><div style="text-align: justify;">—¡Yo le voy a dar a esa bruja! —exclamó Tetas y desafiando al azar (y a las balas de la Kalashnikov) avanzó hacia la puerta y la abrió de un tirón.</div><div style="text-align: justify;">—¡María del Carmen! —chilló la escribana Henríquez Rico cuando vio a Tetas.</div><div style="text-align: justify;">—¡María Pía! —bramó Tetas cuando vio a la escribana Henríquez Rico.</div><div style="text-align: justify;">—¿Ustedes se conocen? —dijo Lauría saltando como un panqueque de la protección del sillón al pasillo.</div><div style="text-align: justify;">—¡Mi amor! —dijo la escribana besando a Tetas de un modo que sugería algo más que cariño fraternal.</div><div style="text-align: justify;">—¡Querida mía! —dijo Tetas apoyando las ídem sobre las mejillas y la boca de la escribana que, en proporción, era bastante menuda—. ¿Qué te trae por aquí?</div><div style="text-align: justify;">—He venido a matar a Becerra y a Lauría —dijo la escribana con los ojos llenos de lágrimas—. Esos dos bastardos sólo merecen ser despellejados.</div><div style="text-align: justify;">—No lo hagas —dijo Tetas—. He recorrido países enteros como peregrina, mendigando mendrugos de pan, como la más austera de las eremitas, llevando tan sólo en mis bolsillos las recetas alquímicas y en mi cuerpo los símbolos de sensualidad que más tarde se convertirían en los tratados de sexología trascendental que ya se enseñan en los colegios de Shan-teu, Tebesa y Tikal.</div><div style="text-align: justify;">Me pareció de pésimo gusto tratar de averiguar a qué lugares se refería Tetas. En mi tiempo sólo existen tres grandes ciudades que cubren toda la superficie del planeta Tierra: Megayork, Mosmoskuku y Tumorkin...</div><div style="text-align: justify;">—Me mentiste. Me engañaste —sollozó la escribana bajando la AK-47—. Me juraste amor para siempre y no lo cumpliste. Me engañaste. Me mentiste. Yo pensé que aún me querías y todo fue fantasía.</div><div style="text-align: justify;">—Vivías en Suiza —se disculpó Tetas pellizcándose los pezones. La cantilena de la escribana la erotizaba de un modo feroz.</div><div style="text-align: justify;">Cerré los oídos a los mutuos reproches (que amenazaban con prolongarse a lo ancho de la madrugada) y me concentré en el pobre Becerra, que a la sazón estaba alcanzando el punto cuántico de desintegración del ego. Me alarmé, porque jamás lo había visto así, en ningún continuo, ni siquiera cuando me llevé a Tetas al futuro. Por lo general necesitamos que los agregados psíquicos desaparezcan totalmente para liberarnos del error y del dolor. Pero a Becerra, un animal intelectual por donde se lo mire, lo único que le quedaba era la esencia, el material psíquico, que no es otra cosa que una mínima fracción del alma.</div><div style="text-align: justify;">—Me parece que éste revienta —dijo Lauría sacudiendo una mano de un modo muy gráfico. Huelga decir que Lauría es mucho más directo que yo a la hora de apreciar los estados emocionales de sus semejantes y diferentes—. ¿Se le ocurre algún método para salvarlo?</div><div style="text-align: justify;">Lo miré inexpresivamente mientras resolvía la ecuación. Como un rayo en medio de la tempestad, tronando en el intestino de los siglos, el más profundo hermetismo práctico señalaba en una sola dirección: hacia arriba.</div><div style="text-align: justify;">Pero nadie llegó de arriba, claro. Ninguna de las insondables doctrinas metafísicas orientales y occidentales nos preparó para el siguiente movimiento de las piezas negras.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué es esto? —exclamó Tetas abrazándose a la escribana Henríquez Rico.</div><div style="text-align: justify;">Eso era un nuevo e irrefutable mensaje, contenedor de los más exaltados secretos del Cosmos y de las moradas enigmáticas de los hijos del fuego. Sí, Troll Tanaem Hau Xeos, el Adverbio Satánico, según la tradición lambdalística fetuccínica, y Brazo Armado de Dios, según la ortodoxia de los textos salomónidos, había llegado a la habitación 947 del Yorkshire Palace Hotel para rectificar las desviaciones de la existencia holística, volver a inflar las esferas de los Meones y disolver la cristalización de la materia.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué ha pasado aquí, mecachendié? —Troll Tanaem Hau Xeos, Adverbio Satánico y Brazo Armado de Dios, era imponente... desde la perspectiva de un escarabajo. Medía exactamente catorce centímetros, pero aún esperaba crecer otros tres.</div><div style="text-align: justify;">—No se le ocurra pisarlo como hizo con Erihs’kroihs en el otro cuento —susurró Becerra, adelantándose por una vez a una idea de Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—¡Padrecito Santo! —exclamó Tetas, que había conocido a Troll en un cuento que todavía no escribí.</div><div style="text-align: justify;">—He venido a enmendar la degeneración que trae aparejada la ignorancia y el estigma fatal de la vacuidad anímica y física —dijo el Troll—, mecachendié. </div><div style="text-align: justify;">—¿Quién es este... engendro repugnante? —dijo la escribana amartillando la AK-47—. ¿Quién o qué es lo que se oculta en ese cuerpo de lagartija de pozo ciego?</div><div style="text-align: justify;">—Es Troll Tanaem Hau Xeos —musitó Tetas—, Adverbio Satánico y Brazo Armado de Dios; ha venido hasta nosotros utilizando los pasillos híperdimensionales que erizan el carrusel de octavas refinadas sobre el que se asienta el lugar matemáticamente acordado que da sentido lógico a lo creado.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y eso qué es? —dijo Becerra juntando los dedos.</div><div style="text-align: justify;">—El Universo —le respondí.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y no podía decir el universo en lugar de toda esa cháchara? —insistió Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, podía, pero no quiso. Él es el Adverbio...</div><div style="text-align: justify;">—Sí, ya lo dijo. —Becerra se parecía cada vez más a Lauría, a pesar de que uno tenía el cráneo trepanado y el otro no.</div><div style="text-align: justify;">—Entonces voy a labrar un acta —dijo, autoritaria, la escribana Henríquez Rico—. Voy a hacer constar que comparecen un renacuajo que dice llamarse Troltana Emhaux Eeos, Adversario de Dios y Brazo Armado del Diablo. ¿Me permite su documento para constatar los datos, señor?</div><div style="text-align: justify;">—No los traje, mecachendié —dijo Troll Etcétera. Estaba verdaderamente consternado; se palpó los bolsillos de la túnica varias veces, y ante la inefable expresión de perplejidad que le arrasaba el rostro me vi obligado a intervenir.</div><div style="text-align: justify;">—Doy fe por él. Es el auténtico Troll Etcétera, mecachendié. —Lamenté de inmediato haber pronunciado el latiguillo fatal y aunque me tapé la boca el mal estaba hecho.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y usted quién es? —dijo la escribana.</div><div style="text-align: justify;">—Soy un viajero del tiempo. He venido de 2047 para recuperar mi wub.</div><div style="text-align: justify;">—Su nombre, no perdamos el tiempo.</div><div style="text-align: justify;">582048387340637849502385066044504504591204503845093403408304023589405403840529405393938670249 no es la clase de nombre que hace las delicias de las escribanas. Decidí ocultarlo.</div><div style="text-align: justify;">—Cincocho Doscero —dije, para salir el paso.</div><div style="text-align: justify;">—¿El documento? —dijo la escribana, imperturbable; por lo visto se había topado con cosas peores.</div><div style="text-align: justify;">—No traje.</div><div style="text-align: justify;">—¿Viaja por el tiempo sin documentos de identidad? ¿Usted está loco?</div><div style="text-align: justify;">—Mire, doctora. —Elevar el rango de la gente que se cree importante siempre da resultado—. Vamos a negociar algo. Yo viajo al momento inmediatamente anterior a la patada de Lauría, aquí presente. Evitamos que Luismi abandone sus excrementos en el umbral de la puerta del mencionado y eludimos toda la línea temporal que nos ha depositado en este momento y lugar.</div><div style="text-align: justify;">—¿Puede hacerse? —La escribana estaba atónita. —¿Mi Luismi puede resucitar, como Lázaro de Betania, como el mismísimo Jesucristo?</div><div style="text-align: justify;">—Espere —dijo Troll—. Mecachendié.</div><div style="text-align: justify;">—Deténgase —dijo Lauría—. No lo haga.</div><div style="text-align: justify;">—¿Está loco? —dijo Becerra</div><div style="text-align: justify;">—No entiendo —dijo Tetas.</div><div style="text-align: justify;">—¡Ni se le ocurra! —exclamó Lauría—. No se puede fundar una religión tomando al perro de mierda como Redentor y Mesías.</div><div style="text-align: justify;">—¿Alguien dijo que fundaría una religión? —Ahora el perplejo era yo.</div><div style="text-align: justify;">—Estas brujas siempre terminan fundando religiones, con perros o gatos o lo que tengan a mano. —Lauría se mordió el bigote; me parece que estaba a punto de perder el control de su discurso.</div><div style="text-align: justify;">Y como ya se estarán imaginando, queridos lectores, el asunto resbalaba de mis manos como jabón de glicerina monoclonada. Dadas ciertas circunstancias no queda otra solución que formatear el disco...</div><div style="text-align: justify;">Saqué el C.U.L.O (Comunicador Universal Línea Omni) que me permitiría ponerme en contacto con el Reverendo Padre Jarsha Kochinos, conocedor por experiencia directa de los ritos que tienen como objetivo rejuvenecernos, despertar los sentidos internos, curar cualquier enfermedad y resucitar a los muertos.</div><div style="text-align: justify;">—¿Jarsha?</div><div style="text-align: justify;">—Hijo —dijo el Reverendo. Me había reconocido de un modo fulminante—. ¿Qué necesitas de mí? ¿Rejuvenecer? ¿Despertar los sentidos internos? ¿Curarte una enfermedad? ¿Resucitar a un muerto?</div><div style="text-align: justify;">—Resucitar a un muerto, Reverendo Padre.</div><div style="text-align: justify;">—Ya. El perrito de la escribana Enríquez Rico.</div><div style="text-align: justify;">Lo único que jamás se le dice al RP es “¿cómo lo supo?”, y esta vez no sería la excepción. Le di las coordenadas vitales de Luismi, obtenidas por mi sonda autónoma de desplazamiento cuántico coherente en el instante previo a la patada de Lauría que descalabró al pichicho.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se puede saber qué hace, mecachendié? —Troll no estaba pasando por su mejor momento. Es posible que la interacción de tantos poderes psíquicos notables estuviera afectando su estado de superposición cuántico, pero yo tenía bastante con Jarsha. Moví una mano para que no me interrumpiera.</div><div style="text-align: justify;">—¿Resucitará a mi Luismi? —La escribana, tal como le había ocurrido inmediatamente después del patadón que Lauría le propinara al Yorkshire (al perro, no al hotel), se rasguñó las mejillas y se orinó, presa de un comprensible ataque de histeria; también perdió la voz, aunque me inclino a pensar que en este caso fue objeto de un hurto por parte de Lauría, muy dado a birlar trusas en la sección “damas” de las tiendas y voces en los teatros líricos. Coleccionismo, que le dicen.</div><div style="text-align: justify;">Una serie de ladridos agudos, la clase de sonido que alteraba los sensibles nervios de Lauría, fue seguido por un rumor borboteante y repetido, consecuencia del precipitado paso de los desechos tanto tiempo reprimidos en los intestinos de Luismi.</div><div style="text-align: justify;">—¡Es intolerable! —exclamó Lauría. Pero la escribana María Pía Henríquez Rico estaba en el séptimo cielo. No le importó que su mascota no hubiera terminado de hacer sus necesidades y lo abrazó y besó con una fruición digna de un propósito más substancial.</div><div style="text-align: justify;">—¡Qué asquerosa! —censuró Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—Eso y decir nada es lo mismo —bramó Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—Es el momento oportuno —dijo enigmáticamente Becerra. Tomó a Lauría del brazo y lo alejó del centro del escenario. Cuando estuvieron en un rincón apartado, a salvo incluso de las omniscientes facultades de todos aquellos seres cuasi-celestiales, habló al oído de su amigo y adversario sentimental—. ¿Se dio cuenta?</div><div style="text-align: justify;">—¿De qué?</div><div style="text-align: justify;">—De que el cuento se alargó más de la cuenta y que el autor no sabe cómo terminarlo.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, me di. ¿Y qué? Me estoy divirtiendo más que nunca.</div><div style="text-align: justify;">—Y de las incongruencias, ¿se dio cuenta?</div><div style="text-align: justify;">—Eso no —dijo Lauría—. Todo lo que ha pasado hasta ahora me parece muy congruente; inverosímil, sea, pero no más que eso.</div><div style="text-align: justify;">—No mas que eso —refunfuñó Becerra—. ¿Ya se olvidó que al final del aguacero...?</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué aguacero?</div><div style="text-align: justify;">—El aguacero; no se haga el gracioso.</div><div style="text-align: justify;">—Ah, ese aguacero... </div><div style="text-align: justify;">—Menos mal —prosiguió Becerra—. El viajero del tiempo tocó un botón del Laplace y lo programó en fase de cristalización taquiónica. ¿Se acuerda ahora?</div><div style="text-align: justify;">—Sí. Quedamos objetivamente paralizados al instante, aunque en rigor a la verdad el Laplace sólo puede reducir la velocidad de los electrones en un millonésimo. Es suficiente para que los afectados parezcan los personajes de “El milagro secreto” de Borges.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se acuerda de que el viajero del tiempo se la llevó a Tetas a un sitio en el que no llueve y siempre brilla el sol?</div><div style="text-align: justify;">—Me acuerdo. —Lauría sabía perfectamente hacia donde se dirigía Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cuándo la trajo de vuelta?</div><div style="text-align: justify;">—Nunca. ¿Y eso que tiene que ver? Esto es una ficción; no veo por qué debe atenerse a las reglas de la realidad.</div><div style="text-align: justify;">—¡Usted también, Lauría, mecachendié! —El rostro de Becerra se arrebató.</div><div style="text-align: justify;">—Tetas asumió la nueva situación con total naturalidad. Ni siquiera preguntó si usted volvería a ser medianamente normal alguna vez. </div><div style="text-align: justify;">—Pagó una fortuna para que conservaran la habitación 947 tal cual estaba en ese momento. Mover un cuerpo afectado por un campo de desaceleración taquiónica puede ser fatal.</div><div style="text-align: justify;">—Es verdad —dije apareciendo una vez más en el momento menos oportuno para ellos, pero el momento justo para mí. Desplegué la máquina del tiempo, que en máxima expansión no es más grande que una cabina telefónica, e invité cortesmente a Lauría y Becerra a viajar al futuro.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y Tetas? —dijo Becerra consternado.</div><div style="text-align: justify;">—Esta vez Tetas no viene. Digamos que será una juerga de muchachones. —Lancé una risotada para ganarme la confianza de los dos imbéciles.</div><div style="text-align: justify;">Ellos también risotaron. Nos abrazamos apretadamente y salimos disparados hacia el futuro antes de que la turba de santones y lesbianas se diera por enterada.</div><div style="text-align: justify;">Pasamos 2047 de largo, por supuesto. Y aquí estamos, en 2074, listos para disfrutar como locos.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se puede? —Dios entró cerrando el paraguas y sacudiéndose como un perro lanudo.</div><div style="text-align: justify;">—¡Claro! —Lauría pegó una palmada sobre la mesa y las botellas se fueron al suelo. El sonido de vidrio roto auguró una velada memorable. Pero eso es otro cuento.</div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-33292499098514420772009-01-26T09:14:00.000-08:002011-05-19T16:17:01.679-07:00FRUTILLAS - Sergio Gaut vel Hartman<div style="text-align: justify;">Lauría observó a Becerra con ojo crítico. —¿Qué le ocurre, Becerra?</div><div style="text-align: justify;">—Nada. ¿Por qué me mira así?</div><div style="text-align: justify;">—¿Así, cómo?</div><div style="text-align: justify;">—Con ojo crítico.</div><div style="text-align: justify;">—Ah, eso. Le compré el ojo a un viejo periodista jubilado; lo pagué barato porque ya casi no lo usaba. ¿Qué le pasa?</div><div style="text-align: justify;">—Estoy consternado.</div><div style="text-align: justify;">—¿Otra vez las frutillas?</div><div style="text-align: justify;">—Otra vez.</div><div style="text-align: justify;">—¿No las pudieron terminar de comer?</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo se le ocurre?</div><div style="text-align: justify;">—Sólo eran catorce kilos, Becerra. Usted hace una tormenta en una palangana.</div><div style="text-align: justify;">—¿Le parece? Nos comimos once kilos y medio. Tetas desarrolló una fragarianitis aguda y yo me meto en las verdulerías a la salida del trabajo y trompeo a los verduleros, que no entienden la razón, claro.</div><div style="text-align: justify;">Lauría se rascó el puente de la nariz con la uña larga y sucia del índice de la mano izquierda. —En qué lío los metió la chica. ¿No se le ocurrió que catorce kilos de frutillas era... mucho?</div><div style="text-align: justify;">—Parece que en algún momento, tanto Tetas como yo dejamos caer que las frutillas nos gustaban... mucho.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y si le dicen que ya se las comieron?</div><div style="text-align: justify;">—¿Usted se burla de mí, Lauría? ¿Cómo le podríamos hacer una cosa así? Ella nos obsequió las frutillas con tanto amor... Lo menos que podemos hacer es comerlas.</div><div style="text-align: justify;">—Bueno, entonces cómanlas y no fastidie. —Lauría sacó un vaso de leche del bolsillo derecho del saco, un frasquito oscuro del bolsillo de la camisa, una caja con sobres de azúcar —que bien podrían haber sido de cocaína— del bolsillo trasero derecho del pantalón y una bombilla de plata labrada de una pequeña caja de palosanto que estaba en el interior de un bargueño veneciano del siglo XIII, seguramente producto del saqueo de Constantinopla de 1204.</div><div style="text-align: justify;">—No podemos —dijo Becerra. </div><div style="text-align: justify;">—No puede qué.</div><div style="text-align: justify;">—Comerlas. Están podridas.</div><div style="text-align: justify;">—Ay, Becerra, ¿cómo van a estar podridas? ¿Cuánto hace que la chica llevó las frutillas a su casa?</div><div style="text-align: justify;">—Una semana.</div><div style="text-align: justify;">—¿No las tenía en la heladera?</div><div style="text-align: justify;">—Sí, pero ella, inocentemente, las cortó por la mitad, y se pudrieron. Los últimos siete kilos los comimos estando casi podridas. </div><div style="text-align: justify;">—¿Con crema?</div><div style="text-align: justify;">—Con crema.</div><div style="text-align: justify;">Lauria miró al cielo y vio que una familia de arañas se mudaba en busca de un clima más favorable. Las arañas de la especie Crinum Asiaticum emigran en octubre.</div><div style="text-align: justify;">—¿Sabe qué vamos a hacer, Becerra?</div><div style="text-align: justify;">—No. Y preferiría no saberlo. Usted siempre me mete en líos. Nunca me salvo de sus excentricidades.</div><div style="text-align: justify;">—Vamos a hacer mermelada —completó Lauria sin prestar atención a la protesta de Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—¿Con frutillas podridas?</div><div style="text-align: justify;">—¿Haría mermelada de frutilla con frutillas verdes? ¿Qué clase de inmaduro es usted, que no sabe reconocer la madurez allí donde se manifiesta, y la confunde con senectud?</div><div style="text-align: justify;">—¿Yo dije eso? —Becerra asistió consternado a los siguientes movimientos de Lauría quien, tras aderezar la leche con dos gotas extraídas del frasquito y agregarle el contenido de los dos últimos sobres de la caja, ubicó la bombilla de plata y sorbió el contenido con dos largas chupadas.</div><div style="text-align: justify;">—Me da asco la nata —dijo Lauria—. Hace medio siglo que tomo la leche con bombilla. ¿Le parece mal?</div><div style="text-align: justify;">—¡Qué me va a parecer mal! Me parece estupendo. —A Becerra lo aterraban las consecuencias de contradecir a Lauria y había aprendido a no hacerlo.</div><div style="text-align: justify;">—Bien. Entonces procederemos a fabricar la mermelada de frutilla. ¡Tráigalas!</div><div style="text-align: justify;">Becerra arrastró los pies hasta el frizer y sacó una fuente azul transparente a través de la cual se divisaba una gran masa de fruta roja. Al destapar el recipiente un olor nauseabundo emergió como si se tratara del genio de la lámpara de Aladin Ibn Saud al-Fatah al-Sadam y flotó por la sala, impregnando cada elefante de cristal, cada cairel, cada buda de terracota.</div><div style="text-align: justify;">—¿Le parece que vale la pena? —insistió Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—Estoy resolviendo su problema, Becerra, no el mío, así que mejor cállese y déjeme pensar.</div><div style="text-align: justify;">—No tengo azúcar —dijo Becerra—. En esta casa sólo usamos edulcorantes. Mi esposa... ya sabe cómo es... dice que está gorda, y yo no soy quien para contradecirla. La dieta es la dieta. Y Tetas es otra que...</div><div style="text-align: justify;">—Eso es un contratiempo —dijo Lauría—. Pero no se preocupe; Lauría tiene un problema para cada solución. ¿Qué piensa Tetas de las manías nutricionísticas de su esposa?</div><div style="text-align: justify;">—Mi novia no se habla con mi mujer y tampoco opina nada acerca de las manías nutricionísticas de María.</div><div style="text-align: justify;">Becerra permaneció pensativo mientras Lauria hablaba por teléfono con una amiga a la que identificó como “la Coca”. Reflexionó acerca de la frase de Lauria según la cual él tenía un problema para cada solución; era cierto: gracias a Lauría había tenido problemas con los chinos, con un déspota de otra galaxia, con la escribana Henríquez Rico, con los académicos de la lengua, con los naturales y artificiales del planeta Banjanin y hasta con el mismísimo Dios Creador Todopoderoso, entre otros. Permaneció mudo y supo que todo saldría mal en cuanto Lauria cortó la comunicación.</div><div style="text-align: justify;">—Ya mismo nos trae cinco kilos de azúcar.</div><div style="text-align: justify;">—¿Así nomás? Nos va a salir más caro el flete que el azúcar.</div><div style="text-align: justify;">—Y no lo diga dos veces. Prepare un cheque por mil doscientos pesos.</div><div style="text-align: justify;">—¡Mil doscientos pesos por cinco kilos de azúcar! Diez pesos ya sería abusivo.</div><div style="text-align: justify;">—Tenga en cuenta el día.</div><div style="text-align: justify;">—Es domingo —consintió Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—¿Nada más?</div><div style="text-align: justify;">—Primero de mayo, día de los Trabajadores.</div><div style="text-align: justify;">—Exacto. ¿La hora?</div><div style="text-align: justify;">—Cuatro de la madrugada.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se da cuenta de que usted pide imposibles? La Coca nos consiguió azúcar impalpable, lo único que había un domingo primero de mayo a esta hora. Es un poco más cara, no se lo voy a negar, pero de una pureza...</div><div style="text-align: justify;">Becerra estuvo a punto de replicar, pero la campana de la puerta de calle, sonando como el Wellington de Beethoven, lo detuvo. —¿Cómo es posible...?</div><div style="text-align: justify;">—Vaya, vaya a recoger el azúcar. ¿Lleva el cheque?</div><div style="text-align: justify;">Becerra asintió, sin salir de su estupor y manoteó la libreta de cheques de una repisa. Regresó en dos minutos portando una bolsa de papel madera que debía pesar sus buenos cinco kilos.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo es posible que hayan traído...?</div><div style="text-align: justify;">—Es lo que le pedimos, Becerra: cinco kilos de azúcar para hacer mermelada de frutillas.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo es posible que hayan traído el azúcar con tal premura? ¿Acaso acampan en la puerta de mi casa?</div><div style="text-align: justify;">Lauria no contestó. Tomó el paquete con el azúcar, violó el precinto y volcó el contenido sobre las frutillas. Una docena de moscas quedaron sepultadas bajo el níveo alud. Fue particularmente significativa la nube de polvo que se elevó hacia el techo y flotó como una cuadrilla de fantasmas.</div><div style="text-align: justify;">—¿Esto no debería hacerse sobre el fuego?</div><div style="text-align: justify;">—¡Claro! —respondió Lauria. Tomó la fuente con las frutillas y el azúcar impalpable y la abrazó como si fuese su hijo más querido—. Necesitamos someter esto a la temperatura adecuada, no cualquier temperatura. ¡Sígame!</div><div style="text-align: justify;">La nave espacial de Lauría estaba estacionada en el patio de la casa de Becerra. Las luces del alba se insinuaban por el este, cosa inaudita tratándose de un cuento de Lauría y Becerra, por lo que tenían el tiempo justo para partir, calentar la mermelada a fuego solar (también llamado fuego lento, como el tango de Salgán) y regresar.</div><div style="text-align: justify;">Becerra no podía dejar de admirar la habilidad de Lauria para tener todo a punto en el momento justo, siempre. No sólo habían conseguido azúcar en la madrugada del domingo primero de mayo, sino que el tanque estaba lleno hasta las orejas con esa mezcla absurda de plutonio y escamas de nafta que el demente de su amigo utilizaba para activar el motor de plasma; podrían haber viajado ida y vuelta a Saturno sin necesidad de recargar.</div><div style="text-align: justify;">—¿No servía el fuego de mi cocina?</div><div style="text-align: justify;">—¿Está loco, Becerra? Esto es azúcar impalpable.</div><div style="text-align: justify;">—Ah, es por eso.</div><div style="text-align: justify;">Despegaron.</div><div style="text-align: justify;">A medida que la nave se aproximaba al sol se hacía evidente que Lauría había acertado con las proporciones. El recipiente con las frutillas y el azúcar impalpable, ubicado en el morro del vehículo, había empezado a hervir apenas sobrepasaron la órbita de Venus. Lauría se puso el traje de caminatas espaciales y munido de un cucharón de diamante sintético (por razones obvias no hubiera servido uno de madera) salió al exterior para revolver la mezcla. Antes de abrir la escotilla le recomendó a Becerra:</div><div style="text-align: justify;">—Usted mantenga el volante firme y no se desvíe de la ruta aunque vengan degollando. Si me llegare a ocurrir algo le encomiendo a mi esposa, a mis hijos y mis amantes. Deséeme suerte.</div><div style="text-align: justify;">—Suerte —balbuceó Becerra, con los brazos rígidos sobre el volante de la nave, aunque sabía perfectamente que Lauría no tenía esposa ni hijos ni amantes. </div><div style="text-align: justify;">Observó la escena por el gran ventanal delantero del vehículo; era casi como ver televisión en pantalla gigante. Lauria arremetió contra la mermelada incandescente y la masa respondió de inmediato atacando a Lauria. O por lo menos eso le pareció a Becerra en el primer momento. Había algo confuso en lo que ocurría allí afuera y Becerra se había olvidado los anteojos sobre la repisa ya descripta en un párrafo anterior. Parpadeó varias veces para tratar de enfocar la vista y por fin pudo constatar que lo que había tomado por una lucha entre Lauría y la mermelada era un simple forcejeo entre Lauría y un ser de color y textura de mermelada de frutilla.</div><div style="text-align: justify;">—¡Sáqueselo de encima! —gritó Becerra inútilmente; no había forma de comunicarse con el exterior de la nave sin contar con el equipo apropiado; y no habían traído el equipo apropiado, claro, aunque en descargo de Lauría y Becerra hay que consignar que habían salido a los apurones.</div><div style="text-align: justify;">Afuera, entre las bandas radiactivas de von Neustadt y las emisiones de rayos épsilon originados en el cinturón de deshechos satelitales chino, Lauría se batía en defensa de la mermelada de frutilla. Por fortuna para el desarrollo de este cuento y otros que pienso escribir en el futuro con Lauría y Becerra como personajes, venció. El cuerpo ahusado del hermafrodita gordo del planeta Carmesí flotaba en la blanda falda del espacio territorial venusiano. </div><div style="text-align: justify;">—¡Qué molesto! —exclamó Lauría despojándose de su traje de exterior apenas puso un pie en el interior—. Los extraterrestres la tienen conmigo.</div><div style="text-align: justify;">—Dejemos ese tema —dijo Becerra—. Ya sabe que por su culpa la Tierra tiene vedado el ingreso a la Comunidad Galáctica. ¿No tiene nada mejor que hacer que matar extraterrestres?</div><div style="text-align: justify;">—Mejor cállese, Becerra. Todo este embrollo es consecuencia de su afición a la mermelada de frutilla. Yo no me hubiera puesto en gasto si no fuera porque es mi mejor amigo.</div><div style="text-align: justify;">Enternecido por las palabras de Lauría, Becerra tedió los brazos y rodeó el cuerpo del otro. Fue un largo e intenso estrujón que sólo cesó cuando la primera descarga hirió la nave y la sacudió como a un colectivo 96 que transita por las calles de Laferrere.</div><div style="text-align: justify;">—¡Qué pasa! —chilló Becerra aterrado.</div><div style="text-align: justify;">—Natural —explicó Lauría—. Nos están atacando los hermafroditas gordos del planeta Carmesí.</div><div style="text-align: justify;">—¿Por qué?</div><div style="text-align: justify;">Lauría bufó. —Querrán vengar la muerte de Ñuquiñuc, su Autofollador Vitalicio.</div><div style="text-align: justify;">—¿Asesinó al Autofollador Vitalicio del planeta Carmesí? Yo creía que mato a un hermafrodita gordo cualquiera.</div><div style="text-align: justify;">—Estaba defendiendo nuestra mermelada de frutilla, Becerra, recuerde eso; nuestra mermelada de frutilla, nuestra inversión. —Becerra se sintió asaltado por la idea de que él había puesto las frutillas... frutillas podridas, de acuerdo, eso hay que remarcarlo, y un cheque de mil doscientos pesos por sólo cinco kilogramos de azúcar impalpable. Pero le pareció que Lauría podría ofenderse si se lo recordaba y optó por mantener el pico cerrado.</div><div style="text-align: justify;">Una nueva andanada de rayos desintegradores hizo impacto en el escudo antirrayos de la nave de Lauría y ahora las sacudidas fueron similares a las que sufrió Tom Hanks en el avión de la Federal Express que sale en Náufrago.</div><div style="text-align: justify;">—¿Será posible? —Lauría hizo un par de complejos cálculos con el ábaco incautado a los chinos en el cuento de los gorriones —en una parte del cuento excluida en la revisión final, aclaro por si alguno lo leyó y no encontró ningún ábaco chino— y determinó que podía usar un agujero de gusano cercano para escabullirse del despiadado ataque de los hermafroditas gordos del planeta Carmesí. </div><div style="text-align: justify;">—Usaremos un agujero de gusano cercano —dijo Lauría— para escabullirnos del despiadado ataque de los hermafroditas gordos del planeta Carmesí.</div><div style="text-align: justify;">—¿No sería más sencillo no provocarlos? —Becerra empezaba a perder la paciencia con Lauría. —La próxima vez piense antes y actúe después. —Ya casi no le importaba ofender a Lauría.</div><div style="text-align: justify;">Lauría contempló a Becerra con una expresión que no auguraba nada bueno. La expresión podía querer decir cuando lleguemos a casa le rompo el culo a patadas o no sea necio, hombre, los hermafroditas gordos del planeta Carmesí no necesitan ser provocados para reaccionar como la mierda o de dónde sacó que asesinar a un hermafrodita gordo del planeta Carmesí es una provocación.</div><div style="text-align: justify;">—A ellos les encanta ser asesinados, Becerra, ¿acaso lo olvidó? —dijo Lauría finalmente—. Usted, en materia de disciplinas xenobiológicas es una nulidad, o tiene una memoria de pajarito.</div><div style="text-align: justify;">Becerra habría querido argumentar que no le parecía que los hermafroditas gordos del planeta Carmesí estuvieran reaccionando como si les gustara ver asesinado a su Autofollador Vitalicio, sino todo lo contrario. Pero el horno no estaba para bollos y él no sabía manejar la nave de Lauría de regreso a la Tierra; todo lo que le había logrado aprender era a aferrar firme el volante.</div><div style="text-align: justify;"> —¿Vamos hacia el agujero de gusano? —dijo Becerra por decir algo.</div><div style="text-align: justify;">—Ya estamos a punto de ser excretados —respondió Lauría—. Estamos saliendo del agujero de gusano como un cilíndrico y orondo sorete.</div><div style="text-align: justify;">Becerra estuvo a punto de reprender a Lauría, molesto por el uso de un lenguaje tan soez. Pero no lo hizo, alelado ante la visión panorámica de un planeta colgando al alcance de la mano. Abrió los ojos como platos de porcelana de Fukien y balbuceó:</div><div style="text-align: justify;">—¡E-ese es el mundo los hermafroditas gordos! ¡Es el planeta Carmesí!</div><div style="text-align: justify;">—Mmmmmm, sí. —Lauría miró una pantalla con el ceño fruncido—. Parece que vectoricé para el otro lado.</div><div style="text-align: justify;">En ese mismo momento sonó una voz gutural y rebotó en los paneles perforados de la nave de Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—¡Ustedes! ¡Ustedes! —La voz gutural carecía de la riqueza que tienen las voces prístinas, o las aflautadas.</div><div style="text-align: justify;">—¿Nosotros qué? —replicó Lauría sin achicarse. Si hay que reconocerle alguna virtud esa es que Lauría rara vez arruga. Ni haciendo un mayúsculo esfuerzo mental —la clase de esfuerzo que produce hemorroides en la glándula pineal— podía Becerra recordar una ocasión en la que Lauría hubiera dejado de hacer frente a los percances.</div><div style="text-align: justify;">—Ustedes mataron a nuestro Autofollador Vitalicio. ¿Les parece bonito?</div><div style="text-align: justify;">—Tal vez la especie corre peligro de extinción —susurró Becerra, consternado.</div><div style="text-align: justify;">—Quiso robar nuestra mermelada de frutilla —dijo Lauría—. Fue en legítima defensa.</div><div style="text-align: justify;">Se produjo un prolongado silencio. O, mejor dicho, durante un lapso apreciable no llegaron sonidos desde el planeta Carmesí, el mundo los hermafroditas gordos. Lauría y Becerra pensaron lo peor, lo que bien mirado es una gran cosa: si uno es capaz de pensar lo peor cualquier cosa que ocurra será mejor que eso. Y así fue.</div><div style="text-align: justify;">—Así que legítima defensa —dijo la voz—. Así que el muy cebón les quiso robar la mermelada. ¡Maldito sea el Autofollador Vitalicio y toda su progenie durante las próximas cien generaciones!</div><div style="text-align: justify;">—Eso es bravo —susurró Lauría—. Sin Autofollador Vitalicio estos necios se extinguen.</div><div style="text-align: justify;">—No lo entiendo —dijo Becerra rascándose la seborrea con una uña larga y sucia. Hacía años que Becerra no daba con un buen champú.</div><div style="text-align: justify;">—Algo grave tiene que haber ocurrido en este mundo para que ya no les importe la pérdida del Autofollador Vitalicio.</div><div style="text-align: justify;">—Sigo sin entender, Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—Son hermafroditas, Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué están cuchicheando? —dijo la voz desde el planeta Carmesí—. Es de mala educación secretear en público. </div><div style="text-align: justify;">Becerra y Lauría quedaron estupefactos, paralizados, tiesos. Cuando recuperaron el habla dijeron al unísono.</div><div style="text-align: justify;">—¡Tetas!</div><div style="text-align: justify;">Ninguno de los dos estaba en condiciones de conjeturar cómo había hecho Tetas para llegar al planeta Carmesí antes que ellos. De lo que no tenían dudas era que la mano de Tetas estaba detrás de la radical transformación de las costumbres de los hermafroditas gordos. En ese mismo momento la voz atiplada de Tetas se superpuso a la del primer interlocutor y hasta fue audible el empellón que le dio para desplazarlo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué hacen aquí, tan lejos de casa?</div><div style="text-align: justify;">La pregunta era válida en sentido inverso, pero ni Becerra ni Lauría se animaron a enfrentar a Tetas. (Está de más que señale que lenta, pero firmemente, Tetas adquiere un mayor protagonismo en esta serie y no falta mucho para que la controle por completo).</div><div style="text-align: justify;">—Ustedes —dijo Tetas— son unos mamarrachos impresentables que hacen quedar como cerdos a los humanos del planeta Tierra, no importa de qué rincón del universo estemos hablando.</div><div style="text-align: justify;">—Haremos cualquier cosa para reparar el error cometido —dijo Becerra con voz llorosa.</div><div style="text-align: justify;">—Exactamente eso. He podido reconvertir los hábitos sexuales del noventa por ciento de los habitantes del planeta Carmesí, pero me he comprometido ante el diez por ciento restante a satisfacer sus necesidades sin reparar en costos. </div><div style="text-align: justify;">—¿Y eso significa...? —dijo Lauría temiendo lo peor.</div><div style="text-align: justify;">—Exactamente.</div><div style="text-align: justify;">Y así fue como Lauría y Becerra se convirtieron en hermafroditas gordos y ocuparon el lugar del Autofollador Vitalicio asesinado, para lo cual debieron someterse a un doloroso tratamiento hormonal y comer diariamente cinco kilos de mermelada de frutilla cada uno. Hay que aclarar, para terminar de una buena vez con este espantoso cuento, sin lugar a dudas el peor de la serie de Lauría y Becerra, que el día del planeta Carmesí dura seis horas, veintiocho minutos y quince segundos.</div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-37198458835003161342009-01-22T04:37:00.000-08:002011-05-19T16:17:24.914-07:00NO OBSTRUYAN LA SALIDA - Sergio Gaut vel Hartman<div style="text-align: justify;">Lauría había sido invitado por la escribana Henríquez Rico al Ateneo de las Damas de la Caridad de Elortondo, provincia de Santa Fe, con el propósito de que disertara acerca de la filosofía patrística, ese conjunto de proposiciones teológicas que se atribuyen a los padres de la Iglesia e impregnan los primeros siglos del Cristianismo. Lauría, como no podía ser de otro modo, disfrutaba perversamente cuando, ante un auditorio selecto, escupía las premisas de Orígenes, Teófilo de Antioquía, Atanasio, Dídimo el Ciego y Policarpo de Esmirna acerca de la ecpirosis, la apocatástasis, la palingenesia y la parousía y el disfrute se duplicaba al contemplar los rostros perplejos de su público, una masa abigarrada de matronas tan deseables como un accidente de tránsito.</div><div style="text-align: justify;">—... que abarca desde finales del siglo primero hasta mediados del siglo séptimo —estaba diciendo Lauría—, se exceptúan, por supuesto, los escritos canónicos, aunque sí se incluyen los de los padres apostólicos y de los apologistas, claro. —En ese momento se interrumpió y sonriendo como si le hubiera sido revelada la naturaleza extraterrestre del Espíritu Santo, acotó: —Queridas amigas: ¿me creen si les digo que acabo de entrar en estado de erección? Es decir, tengo el pedazo duro como un garrote. ¿Alguna desea pasar a comprobarlo? Acérquense. Podría ser algo así como una tremenda experiencia mística, ¿no les parece?</div><div style="text-align: justify;">Becerra, mezclado con las concurrentes a la conferencia, hundió la cabeza entre las rodillas. Todo el mundo allí sabía de su estrecha amistad con Lauría, aunque por fortuna pocos conocían el episodio de las chinas, el del asesinato del perro y mucho menos los problemas que habían tenido con la gente del futuro, yo incluido. La invitación fue cursada porque a los oídos de las Damas llegó el rumor de que Lauría había tomado café con leche en compañía del mismísimo Dios Padre Todopoderoso. Error o corrección, había sido una oportunidad excelente para blanquear una serie de máculas oscuras en el historial de ambos, aunque, y eso Becerra lo sabía a la perfección, Lauría siempre se las ingeniaba para embarrarla y, de paso, colocarlo a él en posiciones de las que no era fácil regresar. Becerra estaba seguro de que, tras la ordalía, la multitud congregada en el auditorio tomaría partido en contra del transgresor, linchándolo sin más trámite. Tal vez Becerra, como siempre, exageraba, pero en esta oportunidad Lauría había elegido violar una ley sacrosanta, la del decoro, en medio de una selecta concurrencia: las Damas del Socorro y la Caridad de Elortondo, provincia de Santa Fe, organizadoras del acto. Si hay que morir, pensó Becerra, que sea con honor. Levantó la vista y vio que la gran mayoría de las matronas presentes se habían cubierto los labios con tres dedos, como si esa endeble protección fuera suficiente para refrenar el mugido sucio y descarado que pugnaba por escapar de sus gargantas. La mayoría de las matronas presentes, pero no todas. Dos de los más representativos ejemplares, unas hembras distinguidas y rollizas, vestidas de punta en blanco, con unos trajes de corte tan perfecto y cubiertas con unos sombreros aludos tan absurdos que les ocultaban por completo el rostro, avanzaron hacia el estrado y sin vacilar palparon apreciativamente la prominencia que Lauría ofrecía con generosidad. Becerra observó estupefacto que movían las cabezas y proferían unos chillidos afectados mientras ponderaban forma y tamaño. El resto de la concurrencia, en cambio, parecía haberse precipitado en una sima de incontrolable euforia. Algunas damas trataban de masturbarse sin demasiado éxito —Becerra atribuyó el fracaso a la falta de práctica— mientras que otras, tal vez excesivamente excitadas, habían empezado a rezar el Padrenuestro en voz muy alta, casi a los gritos. </div><div style="text-align: justify;">—¡Silencio, por favor! —oyó Becerra que profería Lauría alzando los brazos. Sonreía como Perón, pero la posición de los brazos era errónea, si lo que Lauría se proponía era remedar los gestos del general—. Vamos a poner un poco de orden en este desorden.</div><div style="text-align: justify;">—Menos mal —murmuró Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—Vamos a entregar números para que el acto de palpación de mi atributo viril pueda ser disfrutado por todas las damas del Ateneo sin limitaciones ni cortapisas y en perfecto orden.</div><div style="text-align: justify;">—¡Lo único que faltaba! —farfulló Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué dice, Becerra, allá atrás? ¿Usted también quiere palpar mi verga? —Becerra reflexionó acerca del desmadre que Lauría estaba produciendo y llegó a la conclusión de que lo que excitaba a su amigo era la patrística.</div><div style="text-align: justify;">—No, Lauría. Yo me dedico a otro tipo de palpaciones. Ya sabe que tengo una novia muy bonita y que muy pronto nos uniremos en sagrado concubinato.</div><div style="text-align: justify;">Al escuchar la velada mención a Tetas, la erección de Lauría se redujo en un noventa por ciento, con el consiguiente desencanto de las Damas del Ateneo de la Caridad de Elortondo. Una serie interminable de ohs y ahs cruzó el salón de actos y chocó contra la pantalla en la que, unos minutos antes, había sido proyectado el film de Konstantin Karamanlis titulado Los mancebos de Éfeso sólo piensan en eso.</div><div style="text-align: justify;">—Si será... —Los ojos de Lauría se llenaron de lágrimas; las damas de Elortondo se enternecieron hasta las ídem. Un ladrido agudo anunció que la promotora del espectáculo se hacía presente.</div><div style="text-align: justify;">—¡Otra vez no! —masculló Becerra. Cada vez que la escribana aparecía en escena terminaban a los tiros. Y no cualquier clase de tiros: tiros de AK-47. Y no por cualquier motivo: la escribana insistía con llevar en andas a Luismi, el Yorkshire del que los lectores de esta serie ya tienen noticias.</div><div style="text-align: justify;">—No prometí nada —murmuró Lauría—; yo no prometí nada —insistió.</div><div style="text-align: justify;">—Por lo menos no lo mate a patadas —dijo Becerra cubriendo sus palabras con la palma de la mano. Pero la escribana, que tenía un oído de tísica, escuchó.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué se propone hacerle al animal? —Todo el respeto intelectual que la escribana profesaba por Lauría se iba al mismísimo carajo cuando el perrito entraba en escena. Este no es el momento ni el lugar de un recuento, pero para que no se queden en babia diré que Lauría mató a patadas a Luismi en uno de los relatos de esta serie y en otro fue resucitado gracias a una operación que realicé manipulando las hebras de superposición cuántica del continuo espacio temporal adecuado. No es ningún secreto: soy el viajero del tiempo. Pero no se dispersen ni distraigan, lectores, por favor. Y mantengan la atención centrada en lo que narraré a continuación.</div><div style="text-align: justify;">—Al perro nada, escribana —dijo Lauría—, pero a usted pienso someterla para que pruebe la firmeza de mis convicciones.</div><div style="text-align: justify;">—Salga, no sea puerco. —Era la primera vez que la escribana se cachondeaba en presencia de Becerra y Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—Se me acaba de ocurrir que podríamos hacer una gira —dijo Lauría—. Salimos para Melincué, tocamos Firmat, Chabas, Casilda, Pérez y el fin de semana nos presentamos en Rosaurio.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y en qué consistiría la gira? —La escribana Henríquez Rico pareció súbitamente interesada, tanto que depositó su preciado tesoro en los brazos de Becerra, que lo recibió sin disimular la repugnancia. No olvidar que el perro fue reventado a patadas en un cuento de esta serie y resucitado en otro, proceso que no ha podido soslayar la persistencia de cierto olor cadavérico residual.</div><div style="text-align: justify;">—Nos presentaríamos —dijo Lauría muy suelto de cuerpo— con mi rutina patrística, ya sabe: Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna. Luego Celso Cuadrato, Justino, Taciano, Atenágoras, el Pseudo-Justino, Teófilo de Antioquía y Hermias.</div><div style="text-align: justify;">—¡Qué maravilla! —La escribana palmoteó hechizada por el proyecto de Lauría—. ¿Qué me dice, Becerra? Qué sorpresa, ¿no?</div><div style="text-align: justify;">—No venda la marta antes de cazarla —dijo Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—¿A mi amiga Marta? ¡Jamás haría algo así!</div><div style="text-align: justify;">—Luego —dijo Lauría cerrando los ojos—, cuando el éxtasis ubique a las matronas en el punto álgido de la excitación metafísica, usted se acerca, me toca el pene y se me produce una tremenda erección, a la que llamaremos “apología capadocia”.</div><div style="text-align: justify;">—¿Yo haré eso? —La escribana retrocedió un paso.</div><div style="text-align: justify;">—No sólo hará eso —dijo Lauría—, sino que además, poseída por el espíritu de Teodoro de Mopsuestia, se arrancará las escasas ropas que cubrirán su cuerpo y se ofrecerá a mí con la impudicia sardónica que narra san Isidoro en sus Etimologías.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué narra? —La escribana retrocedió otro paso; Luismi pasó de los brazos de Becerra a los de una dama jorobada, pero muy elegante, a la que los habitantes de Elortondo llamaban, no sin ingenio, Notredame. La razón debemos buscarla en que Becerra necesitaba tener las manos libres para atajar a Lauría cuando, perdida por completo la compostura, reprodujera la danza de los hombres lobos, tal como ocurrirá en un cuento llamado “La danza de los hombres lobos”, que todavía no escribí.</div><div style="text-align: justify;">—Narra su impudicia —bufó Lauría—. Los padres de la iglesia no perdían el tiempo en fruslerías, bagatelas, minucias y bicocas.</div><div style="text-align: justify;">—Pero yo no soy impúdica —replicó la escribana. Tres o cuatro matronas confirmaron el aserto.</div><div style="text-align: justify;">—Lo será, en cuanto yo la tutele.</div><div style="text-align: justify;">—¿Usted me va a qué? No nació el hombre que me tutele. —La escribana no conocía la palabra, pero por las dudas, ya que la cuestión venía un tanto escatológica, tomó sus precauciones.</div><div style="text-align: justify;">—Lauría: deje a la escribana en paz. —Becerra tomó el brazo de Lauría, pero éste se desasió con brusquedad; estaba lanzado.</div><div style="text-align: justify;">—No sólo la voy a tutelar en el sentido que propone la apocatástasis, sino también en el que Bonnet sugiere en su La palingénésie philosophique.</div><div style="text-align: justify;">—¡Debí imaginarlo! —dijo la escribana furiosa—. Yo sabía que de una mente inmunda como la suya sólo podía salir algo como eso.</div><div style="text-align: justify;">La sala del Ateneo de las Damas de la Caridad de Elortondo había quedado casi vacía. Podía decirse que la conferencia, interrumpida por el episodio de la erección, carecía de los atributos que hubieran permitido llamarla “un éxito”. No obstante, eso no fue obstáculo para que las dos primeras damas convocadas a la palpación permanecieran clavadas en el escenario, animadas por la esperanza de que se produjera una reerección. También estaba Notredame, a quien el Yorkshire le había meado los brazos.</div><div style="text-align: justify;">—Su tarea, de aquí en más —dijo Lauría—, no es imaginar. Usted será esclava de la patrística y asistirá al rey de la erección filosófica en la turné que emprenderemos. En cada localidad se congregarán multitudes euforizadas por el logos y erotizadas por el escotismo. Luego de cada representación, una vez que yo haya alcanzado el apogeo diamantino de mi verga, usted se arrancará la ropa y se clavará en la cruz simbólica formada por mis atributos...</div><div style="text-align: justify;">—¿Cruz simbólica? —dijo Becerra, perplejo.</div><div style="text-align: justify;">—Usted no entiende, Becerra. Pero eso no me sorprende ni me inquieta: usted nunca entendió nada. Eso sí: procure no mencionar a Tetas que eso conspira contra la unción y el celo requeridos para mantener la erección.</div><div style="text-align: justify;">—Es su idea —dijo la escribana—, es su porcachunada —insistió—. ¿Se puede saber qué pito toco yo en su proyecto místico sexual?</div><div style="text-align: justify;">—¿Me está cargando, escribana, o de pronto se ha vuelto enemiga de la filosofía? Esto es una revolución en la historia del pensamiento. Llevaremos la noción de ser, cuyo sentido no es forzosamente una abstracción de las cosas sensibles, a la carnalidad de los tamberos y las vaqueras.</div><div style="text-align: justify;">—A ver si entendí —dijo Henríquez Rico, escribana y mami del Yorkshire apodado “Luismi” en honor a un heteróclito juglar azteca—: usted quiere salir por los pueblos a repetir este lamentable acto consistente en un proceso de excitación peneal producido por la lectura de los textos de los padres de la Iglesia, seguido por un brutal estriptis ejecutado por muá y del sacrificio ritual que otra vez muá ejecutaría en el escenario para lograr la cachondización de las multitudes congregadas...</div><div style="text-align: justify;">—¡No! —exclamó Lauría—. Eso sólo sería el comienzo. Mi objetivo es lograr que todos los asistentes alcancen un estado de excitación análogo al mío como producto de la exposición de las ideas de Duns Escoto, Tomás de Aquino y Dídimo el Ciego. Usted sería sodomizada ordenadamente por toda la concurrencia, sin abandonar la sagrada posición de la primera clavada y al final yo cobraría a todos los que hubieran logrado eyacular.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y eso por qué? —quiso saber Becerra. Lauría miró furioso, casi enajenado a su amigo.</div><div style="text-align: justify;">—¡No soy un estafador, Lauría! Eyaculación no producida equivale a acto místico no consumado. Podría decírselo en latín, que sonaría mucho más apropiado, pero el autor quiere terminar el cuento en tiempo y forma y buscar eso sería demasiado arduo.</div><div style="text-align: justify;">—Soy lesbiana —dijo la escribana soltando el aire. Hacía mucho que deseaba confesarlo y esta era la ocasión adecuada.</div><div style="text-align: justify;">—Eso ya lo sabíamos —dijo Becerra clavando una vez más donde más duele, aunque en este caso fuera una clavada metafórica.</div><div style="text-align: justify;">—No voy a ser su esclava sexual ni su pupila, aunque la suya sea una gesta filosófica merecedora de todo el apoyo de los amantes del pensamiento, como yo. Búsquese otra. Lo siento.</div><div style="text-align: justify;">—No hace falta que se busque otra, Lauría —dijo Tetas entrando voluptuosamente a la sala del Ateneo de las Damas de la Caridad de Elortondo, provincia de Santa Fe. Sus ídems se bamboleaban bajo el vestido de seda que se había puesto y era evidente que no usaba sostén. Ni falta que hacía—. Yo lo haré; me gusta la idea de ser su esclava sexual.</div><div style="text-align: justify;">—¡Tetas, no! —exclamó Becerra estupefacto por la declaración de su novia oficial.</div><div style="text-align: justify;">—Tetas sí —dijo Tetas—. Usted será mi novio, pero no puede bloquear mi crecimiento espiritual. La experiencia que propone Lauría me parece maravillosa. Servir de objeto sexual a un montón de viejos decrépitos a los que lo único que se les para es el corazón, llegado el momento, es una magna tarea, no menor que la que en su momento emprendieron Teodoreto, Sufronio y especialmente Lactancio...</div><div style="text-align: justify;">Todos los concurrentes se preguntaron de dónde había sacado Tetas esa erudición. No podía decirles que era el producto de un paseo por el tiempo que yo, escritor y renombrado temponauta, le había obsequiado a Tetas como viaje de bodas en otro cuento de esta serie. No se los podía decir a ellos, pero se lo digo a ustedes, lectores, sí ustedes, no se distraigan que ya termina. </div><div style="text-align: justify;">—Estoy fascinado —dijo Lauría—. Usted es mucho más apropiada para la tarea que esta vieja gotosa. Pero, ¿cómo supo que yo me proponía hacer una turné mística por los pueblos del sur de la provincia? ¿Cómo supo que la lectura de textos de los padres me produce unas descomunales erecciones? Y lo más incomprensible, ¿cómo supo en qué consiste el acto de clavada si me lo acabo de inventar?</div><div style="text-align: justify;">—Tengo poderes telepárticos —dijo Tetas, como restándole entidad al asunto. Mentía, por supuesto. Estaba al tanto del asunto porque yo le había permitido leer el primer borrador en 2054, durante un momento de bloqueo creativo. Este cuento estuvo parado cinco años y sólo se puso de nuevo en marcha cuando Tetas me sugirió este final.</div><div style="text-align: justify;">—Telepáticos —corrigió Becerra, que es muy detallista, eso sí.</div><div style="text-align: justify;">—Telepárticos —insistió Tetas—. Puedo inducir todo tipo de partos a distancia, incluso partos creativos. Un autor está bloqueado y yo abro canales para que sus ideas fluyan. También puedo, desde la Tierra, lograr que una numansa del planeta Numans supere una dilatación escasa y escupa a su cría, tras treinta años de ignorada gestación. Pero eso es tema para otro cuento. No quiero aburrirlos.</div><div style="text-align: justify;">—Claro —dijo Notredame, notoriamente decepcionada por el curso que habían tomado los acontecimientos, ya que nunca nadie la consideró candidata a ocupar el puesto de objeto sexual—, la señora no quiere aburrirnos, pero no vacila en ofendernos. ¡Vamos, chicas! —concluyó arrojando a Luismi a una fuente de agua bendita ad hoc, donde el pobre animal se ahogó en cuestión de segundos, para desesperación de la escribana, que se arrojó a la fuente y también desapareció en las profundidades. Las chicas siguieron a Notredame y sólo quedaron, una vez más, Lauría, Becerra y Tetas.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cuándo salimos para Melincué? —quiso saber Tetas.</div><div style="text-align: justify;">—Hay tiempo hasta mañana —dijo Lauría. Becerra, decepcionado por el curso que tomaban los acontecimientos, se puso a llorar.</div><div style="text-align: justify;">—¿Por qué llora, Becerra? —dijo Tetas.</div><div style="text-align: justify;">—La pierdo, una vez más.</div><div style="text-align: justify;">—No es cierto. Nunca me tuvo, aunque sea su novia en el presente, porque estoy casada con el hombre del futuro. La vida es como es, no como a uno le gusta que sea.</div><div style="text-align: justify;">—Claro, eso —convalidó Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—Es que el presente es tan efímero —sentenció Becerra pasando el dorso de la mano por la mejilla. La retiró empapada por una sustancia aceitosa.</div><div style="text-align: justify;">—Eso es verdad —aceptó Lauría. Uno no es filósofo al pedo.</div><div style="text-align: justify;">Era hora. Puse en marcha la máquina, recogí a Tetas y nos vinimos a 2080, donde tenemos un hermoso palacete con vista al parque de cuerdas cuánticas. Pero como somos muy respetuosos de nuestra intimidad, sobre lo que ocurrió a partir de entonces no diré nada.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-71831543208571502242009-01-18T04:53:00.001-08:002011-05-19T16:17:43.905-07:00AGUA CERO - Sergio Gaut vel Hartman<div style="text-align: justify;">—¿Le parece que parará, Lauría?</div><div style="text-align: justify;">—Hmm, déjeme ver. —Lauría se asomó a la ventana y observó la cortina gris acero, oblicua, inclemente, que cubría la ciudad desde hacía una semana. —Lo más probable es que no. Lloverá para siempre.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo dice una cosa así? —Becerra acarició el hombro de Tetas, que dormía plácidamente sobre un sofá. El sofá estaba tapizado con una tela estampada; imágenes de jirafas y elefantes componían una metáfora prístina de la gesta de Noé.</div><div style="text-align: justify;">—Digo lo que digo. Los extraterrestres no se tomaron todo este trabajo para hacer una demostración de fuerza, sólo para impresionarnos. </div><div style="text-align: justify;">—¿No? —Becerra no creía que el aguacero pudiera ser una venganza por lo que Lauría le había hecho al pobre Erihs’kroihs. Pero tampoco conocía tanto la psicología de los extraterrestres como para poner la firma y permanecer sentado.</div><div style="text-align: justify;">—No. Quieren convertir la Tierra en un planeta acuático y vendérselo a los cuackcroacs. —Lauría hizo una mueca; no estaba convencido de su propia teoría, pero el rastro de las babosas en las paredes y la inutilidad del sulfóxido para exterminarlas le hacían perder la poca paciencia que conservaba. El comentario de Becerra no contribuyó en nada para mejorar su humor.</div><div style="text-align: justify;">—Hubiera sido más práctico derretir el hielo de los polos, ¿no le parece?</div><div style="text-align: justify;">Lauría se encogió de hombros. Todo le importaba un pimiento; estaba deprimido. —Ahora que lo pienso el tacazo a Erihs’kroihs fue una cochinada. —No obstante, Lauría podía rememorar el episodio sin dar el brazo a torcer; no tenía ganas de arrepentirse y seguía pensando que el extraterrestre era repulsivo, que se merecía ser aplastado como una cucaracha.</div><div style="text-align: justify;">—Ya que lo dice, creo que se ha pasado la vida haciendo cochinadas, Lauría.</div><div style="text-align: justify;">Lauría miró a Becerra con expresión asesina. —Salga y muérase, Becerra. ¿Cree que eso de ahí afuera es agua?</div><div style="text-align: justify;">Tetas se removió inquieta, como si las palabras de Lauría hubieran logrado perforar la coraza de su sueño.</div><div style="text-align: justify;">—La va a despertar. Mírela —Becerra señaló a Tetas con un dedo rematado por una uña larga y sucia—. ¿No es un ángel? Una mariposita. ¡Divina!</div><div style="text-align: justify;">Lauría no pudo evitar que en sus entrañas se repitiera esa inefable sensación corrosiva, la misma que despuntaba cada vez que distinguía los atributos de Tetas asomando por el escote del vestido floreado.</div><div style="text-align: justify;">—No —dijo despechado—. No es un ángel. Y se va a morir, igual que usted, y todos. Esta es la peor invasión extraterrestre de que se tengan noticias.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y usted? —Becerra miró a Lauría con suspicacia. El muy cretino tenía la solución, pero no la iba a soltar a menos que él entregara a Tetas; sabía que ese era el propósito; pero ni siquiera estaba seguro de que todo no fuera una monumental puesta en escena, un fraude mayúsculo para arrebatarle a la chica.</div><div style="text-align: justify;">Lauría no contestó. Volvió a correr el visillo y contó las gotas que, como ampollas de mercurio, se aferraban al vidrio de la ventana. </div><div style="text-align: justify;">—¿Ya no llueve? —Tetas, sentada entre las jirafas y los elefantes, con los ojos rojos de llorar en sueños, parecía una Sheherazade conjetural, de regreso de un viaje de mil años luz alrededor de la galaxia. Becerra no pudo contenerse y se abalanzó sobre ella, cubriéndola de besos. Lauría hundió la nariz en el vidrio para no mirar. </div><div style="text-align: justify;">—Amor.</div><div style="text-align: justify;">—Déjeme en paz, Becerra —protestó Tetas—. El horno no está para bollos. ¿Cuánto hace que estamos encerrados en este lugar. ¿Cuándo dejará de llover? ¿Lo sabe Lauría, que todo lo sabe? —Las últimas palabras fueron un madrigal de velados reproches; Tetas detestaba a Lauría, pero eso no era más que lo que todo el mundo, incluyendo a los aberrantes seres de planetas remotos, sentían por el mejor amigo de Becerra. Sólo Becerra soportaba a Lauría, a pesar de que éste le hacía la vida imposible.</div><div style="text-align: justify;">—¿No puede llamar a su amigo?</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué amigo? —dijo Becerra haciéndose el distraído.</div><div style="text-align: justify;">—El viajero del tiempo, el tipo del wub, el que vive en 2047.</div><div style="text-align: justify;">—¿Usted se cree que en el futuro el tiempo no transcurre? Seguro que el tipo está viviendo en otra galaxia. Dentro de medio siglo este planeta será un Sahara.</div><div style="text-align: justify;">Lauría metió las manos en el bolsillo del pantalón y apuntó con la barbilla a una zona indeterminada del espacio y el tiempo.</div><div style="text-align: justify;">—Haga la prueba, llámelo, invóquelo, haga algo.</div><div style="text-align: justify;">Becerra se rió con ganas, pasó el brazo por la cintura de Tetas y atrajo a la muchacha hacia sí. —Usted es un mentiroso, Lauría. Si mi amigo vive en 2047...</div><div style="text-align: justify;">—¿No dijo 2050, Becerra? —El tono de Tetas fue acusador, crítico.</div><div style="text-align: justify;">—Si mi amigo vive en 2047, 2050 o 2099 —rectificó Becerra—, no tiene mayor importancia; quiere decir que el mundo no terminó, que los extraterrestres fracasaron, que no hubo segunda arca ni perros en escabeche.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué es eso de perros en escabeche, Becerra? —El tono de censura de Tetas se agudizó. —Sabe que no me gusta que se le haga daño a los animalitos, ni siquiera a las ratas y a las serpientes...</div><div style="text-align: justify;">—¿Puede hacerlo venir o no? —insistió Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—Puedo —dijo Becerra—. Pero la pregunta exacta es: ¿quiero? Lo haría para salvar a Tetas y a mí mismo...</div><div style="text-align: justify;">—Y yo no lo merezco —dijo Lauría haciendo un puchero—. ¿Insinúa eso?</div><div style="text-align: justify;">Becerra se sintió una porquería. ¿No había removido Lauría cielo y tierra y desafiado al mismísimo Dios aquella vez que se murieron? ¿No se había jugado por él cuando el Diablo los corrió con el tridente hasta que tuvieron que subir de nuevo al cielo? ¿No había desafiado al déspota de Ropei cuando éste encarcelara a Becerra por la cuestión de las estampillas?</div><div style="text-align: justify;">—De acuerdo. —Becerra pulsó el enlace de superposición de objetos macroscópicos para iniciar el proceso de decoherencia temporal. En dos o tres de mis cuentos Becerra había aprendido más sobre física cuántica que Albert Einstein en toda su vida.</div><div style="text-align: justify;">Yo estaba tomando un baño de escarcha de partículas virtuales implicadas cuando se encendió la luz roja del panel de control. Los paneles de control con luces de colores son imprescindibles en cualquier buena ficción.</div><div style="text-align: justify;">—¡Otra vez Becerra! —exclamé—. Ese ya me tiene harto; me llama por cualquier tontería. —Pero no podía desentenderme del problema. Una pérdida significativa de energía virtual en un punto inferior de la trama de superposición cuántica podía significar el fin de mi mundo y hasta del suyo. Del suyo lector, a usted le hablo, no se distraiga.</div><div style="text-align: justify;">Activé el selector de hebras y seguí la torsión de la línea que comunicaba mi presente con el pasado. En un lapso ridículamente breve aparecí en la habitación 947 del Yorkshire Palace Hotel que ocupaban Becerra, Tetas y Lauría. La elección tenía mucho que ver con la culpa que Lauría sentía por los que le había hecho al perro de la escribana Enríquez Rico en uno de los primeros cuentos de esta serie. El perro era un Yorkshire puro, se llamaba Luismi y Lauría lo había matado de una patada, y al hacerlo se había sentido identificado con un personaje de Buñuel en La Edad de Oro. Pero eso no viene al caso.</div><div style="text-align: justify;">—¡Por fin! —exclamó Lauría—. Ni que fuera el plomero.</div><div style="text-align: justify;">Sacudí los restos de escarcha adheridos a mi traje de viajero temporal y miré en derredor. El lugar parecía un muladar; olía a humedad y el abigarramiento de objetos producía una sensación de acoso que me recordaba a la que se suele experimentar cuando se visita el planeta Turner, el Trantor del universo empresarial.</div><div style="text-align: justify;">—Afuera llueven gotas de acero —dijo Tetas—, que si te tocan te hieren como cuchillos.</div><div style="text-align: justify;">—Es una invasión extraterrestre —dijo Becerra—. Los paisanos de Erihs’kroihs toman venganza por lo que éste les hizo —agregó señalando a Lauría con un dedo rematado por una uña larga y sucia.</div><div style="text-align: justify;">—Quieren convertir la Tierra en un planeta acuático y vendérselo a los cuackcroacs. —Lauría recitó su discurso con el mismo tono impersonal con que los oficiales del ejército le informan a una madre que su hijo acaba de ser hecho picadillo en Mosul.</div><div style="text-align: justify;">Miré hacia afuera por la ventana. (Les recuerdo que los viajeros temporales no utilizamos puertas ordinarias para entrar a las habitaciones). La lluvia seguía azotando los vidrios con sus gránulos viscosos, unas bolitas de metal que se fabrican en un planeta del sector Spaghetti 69. Había visto ataques así en varios mundos de ésta y otras galaxias y sabía perfectamente que no podía durar para siempre, a lo sumo tenían material para cinco o seis años más. Los caños de los sorpros pronto se verían afectados por la superposición cuántica débil y por el fenómeno llamado decoherencia de ruptura lateral. Pronto, insisto, dentro de cinco o seis años. Pensé a toda velocidad. ¿Qué quedaría de la Tierra tras cinco o seis años de lluvia ininterrumpida? No era necesario, pero no me costaba nada salvar el continuo.</div><div style="text-align: justify;">—Escuchen: es caro, pero puede hacerse.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cuán caro? —dijo Lauría con desconfianza. Había sido educado por una familia de prestamistas del Tesino, más austera que camelleros bereberes. No importa lo que se esté negociando: Lauría siempre pide rebaja. </div><div style="text-align: justify;">Moví la cabeza con suficiencia. —No soy Noé, por lo que no resuelvo los problemas construyendo arcas.</div><div style="text-align: justify;">—Claro —dijo Becerra—. Esto no se resuelve con una barca.</div><div style="text-align: justify;">—Dijo arca —corrigió Lauría. Era lo que yo esperaba. Una pelea entre esos dos podía durar más que la lluvia. Tomé un interruptor de campo cuántico que siempre llevo en la guantera de la máquina del tiempo y lo enchufé en el Laplace que uso detrás de la oreja, incrustado en el hueso. Pulsé la fase de cohesión y proyecté un efecto túnel o de desintegración, que predijo el comportamiento de cada una de las partículas que los sorpros generaban en sus caños y que, aun no siendo observables, implicaban un proceso atómico muy razonable y muy bonito. Todo el curso de acción demoró escasos tres minutos. Cuando terminó, Becerra y Lauría no habían dejado de discutir, por lo que no tuve más remedio que palmear las manos y decir:</div><div style="text-align: justify;">—Fin del recreo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué dice éste? —Los tres me miraron con expresiones de furia, diferentes, pero todas ellas feroces. </div><div style="text-align: justify;">—Miren por la ventana, por favor.</div><div style="text-align: justify;">Los tres se precipitaron hacia la ventana y hundieron sus narices en el vidrio. Afuera, efectivamente, había dejado de llover la sustancia inducida por los sopros. </div><div style="text-align: justify;">—Llueve —dijo Tetas decepcionada—; sigue lloviendo.</div><div style="text-align: justify;">—Pero llueve lluvia —repliqué.</div><div style="text-align: justify;">—¿Eso es bueno? Estoy harta de la lluvia.</div><div style="text-align: justify;">—No te preocupes muñeca. Vamos a ir a un lugar donde siempre brilla el sol.</div><div style="text-align: justify;">Lauría fue el primero en desentrañar el sentido de mis palabras.</div><div style="text-align: justify;">—¿Eso significa...?</div><div style="text-align: justify;">—Cumplí mi parte del trato. La Tierra está fuera de peligro.</div><div style="text-align: justify;">—Llueve —dijo Tetas, melancólica.</div><div style="text-align: justify;">—Esa lluvia no puede durar mucho. Siempre que llovió paró.</div><div style="text-align: justify;">—¿Usted negoció a nuestra Tetas? —Lauría formó un garrote vil con las manos y apretó el cuello de Becerra. Becerra sacó la lengua y en el aire crepitaron chispas de una sustancia fosforescente. Vaya uno a saber qué había estado tomando Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—Déjelo en paz —dije tocando un botón del Laplace y programándolo en fase de cristalización taquiónica. Lauría y Becerra quedaron objetivamente paralizados al instante, aunque en rigor a la verdad el Laplace sólo puede reducir la velocidad de los electrones en un millonésimo. Es suficiente para que los afectados parezcan los personajes de “El milagro secreto” de Borges.</div><div style="text-align: justify;">—¿Es verdad que me llevará a un sitio en el que no llueve y siempre brilla el sol? —Tetas había asumido la nueva situación con total naturalidad. Ni siquiera preguntó si Becerra volvería a la normalidad alguna vez. </div><div style="text-align: justify;">Pero yo estaba preocupado por otro asunto: tendría que dejar una buena suma en la administración para que conservaran la habitación 947 tal cual estaba en ese momento. Mover un cuerpo afectado por un campo de desaceleración taquiónica puede ser fatal. No soy un asesino.</div><div style="text-align: justify;">—Es verdad. —Desplegué la máquina del tiempo —que en máxima expansión no es más grande que una cabina telefónica— e invité cortesmente a Tetas para que entrara primero.</div><div style="text-align: justify;">—¿No me está mintiendo para aprovecharse de mí? Todos se aprovechan de mi inocencia, siempre. —Tetas Contempló a Lauría y Becerra con una expresión resentida.</div><div style="text-align: justify;">—Se lo juro —dije ligeramente divertido—. Y en todo caso tenemos un ingenioso dispositivo llamado paraguas que jamás falla cuando el aguacero es intenso. Es casi infalible y su único enemigo de fuste es el viento del este. </div><div style="text-align: justify;">—¿Qué hace el viento del este? —preguntó Tetas, con la mayor ingenuidad.</div><div style="text-align: justify;">—Eso te lo explicaré dentro de cuarenta años y en otro lugar de la galaxia —repliqué, esperando una andanada de preguntas. Pero Tetas no preguntó nada y apretó las ídem contra mí pecho. Partimos.</div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-52437028943117699232009-01-16T03:38:00.000-08:002011-05-19T16:18:04.040-07:00CAMINO AL CIELO - Sergio Gaut vel Hartman<div style="text-align: justify;"><div style="text-align: justify;">—¿Otra vez ustedes? —Dios se miró las manos llenas de pintura (había estado preparando los elementos básicos para el génesis en un planeta del sector Spaghetti) y buscó infructuosamente un trapo para limpiárselas. —¡Fernández! ¿Adónde se metió, hombre? Tráigame un trapo para limpiarme las manos.</div></div><div style="text-align: justify;">—¿Arregló a Fernández? —dijo Becerra ingenuamente. Dios había sabido que era Becerra a pesar de que estaba disfrazado de diablo. Lauría también estaba disfrazado de diablo.</div><div style="text-align: justify;">—¿No podían cambiarse antes de venir al Cielo? ¿Les parece forma de presentarse ante Dios?</div><div style="text-align: justify;">Lauría no consideró apropiado responder a semejante descortesía. Era un hombre grande y nadie, ni Dios mismo, tenía derecho a elegirle el guardarropa.</div><div style="text-align: justify;">Pero cuando Fernández apareció con el trapo produjo una gran conmoción en Lauría y Becerra: el asistente de Dios lucía, no sin orgullo, la cabeza de Tomás Moro (Thomas More, para los ingleses, que siempre andan complicándolo todo). Fernández More vel Moro sonrió, socarrón y supe desde ese mismo momento de qué lado vendrían los problemas.</div><div style="text-align: justify;">—Verdaderamente hermosa —dijo Becerra—. Una cabeza como esa es como recibir buenas cartas en el póker, cuatro ases, por ejemplo.</div><div style="text-align: justify;">—¿No tenía otra cabeza? —dijo Lauría, para llevar la contraria, siempre de mal talante.</div><div style="text-align: justify;">—Tomé la primera que encontré —dijo Dios, y seguidamente se mordió la lengua. ¿Por qué tenía que darles explicaciones a esos dos?</div><div style="text-align: justify;">—Este gran sabio —dijo Becerra— le escribió desde la cárcel a su hija Margarita, que estaba muy desconsolada.</div><div style="text-align: justify;">—Sólo usó la cabeza, Lauría; no infle lagartijas que se vuelven dinosaurios.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se puede saber qué quieren? Ya les dije que no volvieran por acá, que se quedaran abajo, que es adonde pertenecen.</div><div style="text-align: justify;">—Le juro por los años que mi padre pasó pudriéndose en la prisión —dijo Lauría—, que el de abajo no nos soporta. </div><div style="text-align: justify;">—¿Y qué fechorías cometió su padre para merecer la cárcel? —dijo Dios, que entraba en todas.</div><div style="text-align: justify;">—“Con esta cárcel —recitó Becerra usando las palabras del santo— estoy pagando a Dios por los pecados que he cometido en mi vida”. </div><div style="text-align: justify;">—No me diga —soltó Lauría, cizañero—, que no recuerda las deudas de sus esbirros y lacayos.</div><div style="text-align: justify;">—¡Lauría! —gritó Becerra—. ¡No empiece de nuevo! Sea respetuoso.</div><div style="text-align: justify;">—Los sufrimientos de esa prisión —replicó Dios, en cierto modo feliz porque esos dos pillos lo habían sacado de la tediosa tarea del génesis en el mundo del sector Spaghetti— seguramente le disminuyeron las penas que le esperaban a Thomas en el purgatorio. Recuerden, hijos míos, que nada pasa si Dios no permite que suceda. ¡Y Dios soy yo, carajo!</div><div style="text-align: justify;">Becerra y Lauría retrocedieron instintivamente. Lauría menos, porque tenía más huevos que Becerra, pero no mucho. Si se me hubiera ocurrido filmar la escena podría haber hecho unos pesos. Esos dos diablitos arrugando frente al dedo (y la mirada) de Dios eran todo un espectáculo.</div><div style="text-align: justify;">—Y todo lo permite Dios —rezó Becerra— para bien de los que lo aman. Y lo que el buen Dios permite que nos suceda es lo mejor, aunque no lo entendamos, ni nos parezca así.</div><div style="text-align: justify;">—Buen chico —dijo Dios—. Tal vez hasta se salve.</div><div style="text-align: justify;">—Señor, si me permite —dijo Fernández More vel Moro—, estos dos tienen una deuda pendiente. —Se tocó la cabeza con una uña larga y sucia y guiñó el ojo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Le molesta ser calvo, Fernández? —Dios frunció el ceño—. ¿Sabe lo que se ahorra en champú?</div><div style="text-align: justify;">Lauría lanzó una carcajada estridente, demoníaca; no había desaprovechado las lecciones recibidas mientras estuvo... abajo.</div><div style="text-align: justify;">—Me parece —dijo Becerra mientras miraba a Lauría gravemente— que Fernández quiere cobrarnos la desmesura, el excesivo celo puesto en juego por mi compañero al afeitarlo. Un corte profundo, no voy a decir que no, pero está visto que el problema está solucionado.</div><div style="text-align: justify;">—¡No lo puedo creer! —exclamó Fernández.</div><div style="text-align: justify;">—¡No lo puedo creer yo! —exclamó Dios—, lo que es mucho más grave.</div><div style="text-align: justify;">—¡Yo tampoco puedo creerlo! —exclamó una voz tan profunda que el Cielo se estremeció hasta sus cimientos. No hace falta que aclare dónde están los cimientos del Cielo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Quién dijo eso? —Dios empezó a girar sobre sí mismo como un derviche, o como un perro cualquiera que se persigue la cola. (Elección de analogía a cargo del lector).</div><div style="text-align: justify;">—Yo —bramó la voz.</div><div style="text-align: justify;">—¿Y quién es yo, carajo? Se supone que tengo toda la Creación bajo control.</div><div style="text-align: justify;">—Parece que no —cuchicheó Lauría sin separar los dientes.</div><div style="text-align: justify;">—Lo oí —dijo Dios clavando su mirada fulgurante en los ojos de Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—No se distraiga —dijo Lauría tapándose los ojos con las manos—. Y vaya a ver qué quiere el intruso.</div><div style="text-align: justify;">—Lauría —dijo Becerra—, no le dé órdenes a Dios.</div><div style="text-align: justify;">—No soy un intruso —dijo la voz, que a estas alturas del cuento más vale que renombre como la Voz—. Soy la Divinidad Suprema del Universo.</div><div style="text-align: justify;">—Ah, bueno —dijo Lauría—. Y entonces, ¿éste quién es? —Lauría señaló a Dios con el dedo. Se había cortado las uñas en el Infierno por razones que no voy a consignar aquí, y el dedo lucía pulcro y manicurado.</div><div style="text-align: justify;">—Una deidad local —dijo la Voz—, una especie de Jefe de Sección. ¿Se creen que puedo con todo?</div><div style="text-align: justify;">—Ah, bueno —dijo Lauría, que ya empezaba a sonar burlón—. Y usted, me permito conjeturar, viene a ser una especie de Gerente Regional que reporta al Subgerente Galáctico que rinde cuentas ante el Gerente Junior de Conglomerados que informa al Subgerente Senior de Asuntos Globales que depende del Subdirector Adjunto de la Comisión Intercósmica...</div><div style="text-align: justify;">—¡Basta, Lauría! —Contra lo que cualquiera podría haber imaginado el grito no provino de Becerra ni de ninguna de las divinidades. El gritón, esta vez, había sido Fernández More vel Moro.</div><div style="text-align: justify;">Lauría miró a Fernández Etcétera con una expresión que Sandokan hubiera avalado y sacando la cimitarra volvió a descabezar al asistente de Dios.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué hizo, Lauría? —protestó Becerra—. Es la segunda vez que decapita a Fernández. Y acuérdese del Yorkshire de la escribana, del extraterrestre, de las chinas violadas con gorriones, del déspota de las estampillas, de los escritores a los que les depredó los cuentos, de lo que le hizo a Luzbel...</div><div style="text-align: justify;">—¿Luzbel, el demonio? —dijo el Dios Local.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, claro —respondió Lauría sin vacilar—; no se supone que haya hecho mención a la banda de heavy metal mexicano que lidera Raúl Greñas, ¿verdad?</div><div style="text-align: justify;">—¿De qué están hablando? —dijo la Voz. No hace falta aclarar que por más que fuera un Dios de categoría superior no tenía la más puñetera idea de los códigos que se cocinaban en nuestro Cielo.</div><div style="text-align: justify;">—¡Ustedes, ustedes tienen la culpa! —vociferó el Dios Local buscando una cabeza para Fernández. Mientras lo hacía, señalaba inequívocamente a Becerra y Lauría, una vez más la causa primera (o piedra angular, como prefieran) de los hondos disturbios que agitaban el universo. Los dos diablillos se encogieron de hombros; no se sentían culpables de nada. Fue en ese momento que el Dios Local encontró el cubo negro.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué es? —preguntó Becerra asomado sobre el hombro de Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—Un cubo negro —dijo Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—Un cubo negro —dijo el Dios Local. Y se le ocurrió de inmediato que podría usarlo como cabeza para Fernández. Bastaría con pintarle unos ojos, la nariz y la boca utilizando los elementos destinados a decorar el génesis del planeta del sector Spaghetti.</div><div style="text-align: justify;">—Soy yo —dijo la Voz—. Ustedes están acostumbrados al deohomidismo; una mala costumbre.</div><div style="text-align: justify;">—¿Ese cubo de grafito es el Dios Superior? —Becerra se tapó la boca con la mano.</div><div style="text-align: justify;">—Sólo un Supervisor Zonal, Lauría. Ya le dije que no agrande lagartijas.</div><div style="text-align: justify;">—¿Sabe una cosa, Lauría?</div><div style="text-align: justify;">—No. ¿Tengo que saber todo? ¿Soy Dios, yo?</div><div style="text-align: justify;">—Me tiene repodrido —escupió Becerra haciendo caso omiso a la enésima blasfemia de su compañero.</div><div style="text-align: justify;">—No se peleen, por favor —dijo el Dios Local—. Odio las peleas.</div><div style="text-align: justify;">—Todo esto es muy irregular —dijo la Voz del Cubo Negro—. Voy a tener que labrar un acta.</div><div style="text-align: justify;">—¿Me va a meter una multa? —dijo el Dios Local.</div><div style="text-align: justify;">—Me temo que será algo bastante más grave que una simple multa.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se acuerda de Erihs’kroihs, Becerra? —dijo Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—¡Cómo no me voy a acordar!</div><div style="text-align: justify;">—¿Quién es Erihs’kroihs? —dijo la Voz del Cubo Negro. </div><div style="text-align: justify;">—Uno que no creía en usted —dijo Lauría—, ni en usted —recalcó señalando al Dios Local—. Todos los alienígenas son ateos, se lo aseguro.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué va a hacer, Lauría? —dijo Becerra espantado.</div><div style="text-align: justify;">Lauría no contestó. Se rascó el costado de la cabeza con la uña larga y sucia que le había vuelto a crecer mágicamente y sin dar mayores explicaciones tomó al Cubo Negro entre sus manos, lo puso en el suelo y lo pisó con el taco de su bota hasta convertirlo en una pasta irreconocible.</div><div style="text-align: justify;">—¿Le sirve la pasta de grafito, Dios?</div><div style="text-align: justify;">—¿Para?</div><div style="text-align: justify;">—¿No estaba decorando un planeta del sector Spaghetti con idea de empezar de nuevo con toda esa historia de Adán, Lilith y Eva? El grafito pulverizado y amalgamado con un solvente da una excelente carbonilla para bocetar.</div><div style="text-align: justify;">—No se me había ocurrido —dijo Dios. Fue visible para Lauría y Becerra que Dios había recuperado el buen humor. Pero fue una mejoría efímera. No había terminado de poner la cabeza de Ana Bolena sobre los hombros de Fernández cuando un puño vigoroso golpeó los portales del cielo.</div><div style="text-align: justify;">—¿Hay alguien en casa?</div><div style="text-align: justify;">—¡Lo único que nos faltaba!</div><div style="text-align: justify;">—Me dije: los vecinos de arriba están de fiesta y no me la podía perder. —Un gigantón disfrazado de diablo rojo, con cuernos y cola y portando una brazada de botellas de champán, metió el cuerpo y lanzó una risotada.</div><div style="text-align: justify;">Pero a Lauría la visita le cayó como una patada en los huevos. Si hay una cosa que lo exaspera es perder protagonismo a manos del primer advenedizo que acierta en pasar por donde él está bufoneando.</div><div style="text-align: justify;">—Vamos, Becerra, seamos discretos —dijo Lauría haciendo un guiño mal intencionado—. Aquí estos dos parece que tienen cosas importantes que decir y hacer y nosotros salimos sobrando. Además, ese champán es de cuarta.</div><div style="text-align: justify;">—Demi sec —dijo Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, demi sec, además.</div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-17532318205891853602009-01-15T06:03:00.000-08:002011-05-19T16:18:24.883-07:00HUELLAS DIGITALES - Sergio Gaut vel Hartman<div style="text-align: justify;">—¿Por qué se mete en lo que no le importa? —dijo Becerra—. ¿Es asunto suyo? ¿Acaso usted es escritor?</div><div style="text-align: justify;">—¿No lo soy? —replicó Lauría de mal modo—. ¿Cómo lo sabe?</div><div style="text-align: justify;">—¿Leí algo suyo? —Becerra abarcó con un gesto la enorme biblioteca vacía.</div><div style="text-align: justify;">—¿Es necesario? ¿Acaso duda de mi palabra?</div><div style="text-align: justify;">—¿Para que alguien sea considerado escritor no sería necesario que por lo menos hubiera escrito un puto libro, un cuento en una revista, un poema, un opúsculo? —Becerra empezaba a sentirse molesto; Lauría lo enfurecía con frecuencia, le producía la clase de irritación que no se remedia con baños de té de malva en las zonas sensibles.</div><div style="text-align: justify;">—¿De dónde sacó ese disparate? ¿En qué siglo vive, Becerra? ¿No sabe que hemos entrado en la era digital?</div><div style="text-align: justify;">—¿Y qué tiene que ver la era digital con los libros que usted no escribió?</div><div style="text-align: justify;">—¿No escribí? ¿Cómo lo sabe? ¿Acaso conoce mi colección de libros digitales?</div><div style="text-align: justify;">—¿Sus libros? ¿Escritos por usted? —Becerra abrió muy grandes los ojos, tanto que los párpados se le desencajaron, rodaron cabeza abajo, no lograron hacer pie en la nuca y le cosquillearon la espalda antes de precipitarse por la grieta del culo vaya a saber rumbo a qué profundidades.</div><div style="text-align: justify;">Pero Lauría no estaba interesado en los infortunios de los párpados de Becerra. Se irguió como si fuera a despegar rumbo a Europa, el satélite de Júpiter y soltó la afirmación más peregrina de los últimos veintisiete días.</div><div style="text-align: justify;">—¿Me va a decir que no conoce al gran Carlos Caganovelas?</div><div style="text-align: justify;">—¿Debería?</div><div style="text-align: justify;">Lauría acarició el teclado con la delicadeza de un Mantovani y en el monitor aparecieron manadas de íconos. </div><div style="text-align: justify;">—¿Ve? —dijo Lauría señalando los archivos con un dedo rematado por una uña larga y sucia.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué son?</div><div style="text-align: justify;">—¿No lo sabe? ¿No distingue un compilado digital de un archivo de Corel o de Cuack?</div><div style="text-align: justify;">—¿Son compilados de Carlos... Caganovelas?</div><div style="text-align: justify;">—¿De quién si no? ¿Del pirata Barbanegra? ¿Qué le pasa, Becerra, tomó un litro de matarratas?</div><div style="text-align: justify;">Becerra abrió al azar uno de los compilados. Once cuentos sidosos, por Carlos Caganovelas. Abrió otro: Relatos para cagarse de miedo; autor: Carlos Caganovelas. Uno más. Meando en el urinario genial, de Carlos Caganovelas.</div><div style="text-align: justify;">—¿Usted escribió todo esto? —Becerra estaba apabullado, turbado, pasmado, azorado, ofuscado, alelado, encandilado y sobrecogido por la sorpresa. Sobre todo sobrecogido. Le resultaba raro enterarse que Lauría tuviera alguna inclinación artística. </div><div style="text-align: justify;">—¿Si no lo hubiera escrito lo mostraría como de mi autoría?</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo puedo saberlo? ¿Nunca tuvo noticias de que hay gente que se apropia de las creaciones ajenas y las presenta como propias?</div><div style="text-align: justify;">—¿Está insinuando que yo hice algo tan... tan... tan...?</div><div style="text-align: justify;">—¿Quiere dejar de sonar como una campana?</div><div style="text-align: justify;">—¿Está insinuando que yo me apropié de esos cuentos y los hice pasar como propios?</div><div style="text-align: justify;">—¿No me dijo que eran los cuentos de Carlos Caganovelas?</div><div style="text-align: justify;">—¿Se da cuenta, Becerra, de la clase de alimaña que pulula por la red de redes?</div><div style="text-align: justify;">Becerra se encogió de hombros. Había llegado el momento esperado: Lauría estaba a punto de enrevesar la historia como si fuese un guante de cabritilla.</div><div style="text-align: justify;">—¿Que si me di cuenta? ¿Adónde cree que estoy haciendo taller de creatividad literaria?</div><div style="text-align: justify;">—¿En la red de redes? —Lauría empezó a borrar los archivos, uno a uno, tratando de liquidar las evidencias de sus latrocinios, pero Becerra fue más rápido y logró capturar siete compilados utilizando el tentáculo neural que le había sido obsequiado por un viajero temporal, de paso por nuestros días. Los tentáculos neurales estarán de moda en el 2047. Sirven para capturar material digitalizado si se utilizan vinculados con un wub electrónico de un terabyte. Pero ese no es el tema de este cuento. Prometo hablar del viajero temporal, del wub electrónico y del tentáculo neural en otro momento.</div><div style="text-align: justify;">—¿Estuvo depredando el Taller 77, Lauría? —Becerra repasó los archivos con los compilados a la velocidad de la luz—. ¿Permitió que Carlos Caganovelas violara las tiernas creaciones de las muchachas núbiles y no tanto? ¿Utilizó los textos en su propio provecho? ¿No le da vergüenza?</div><div style="text-align: justify;">Lauría pergeñó una mueca sin estrenar; quizá trataba de expresar cierto arrepentimiento, aunque eso está descartado para los que lo conocemos bien, o es posible que por primera vez en su vida estuviera desbordado por la actitud firme y afectiva de Becerra. No era habitual que Becerra superara a Lauría y mucho menos que lo humillara propinándole un gancho al hígado o le diera jaque mate.</div><div style="text-align: justify;">—¿Me tendría que dar?</div><div style="text-align: justify;">—¿Se da cuenta, Lauría, que eso es plagio, usurpación, fraude, abuso y un rebaño de transgresiones, crímenes y delitos de lo más asquerosos?</div><div style="text-align: justify;">—¿Usted no sabe, Becerra, que todo lo que está en la red de redes es material de dominio público?</div><div style="text-align: justify;">Becerra miró a Lauría como Julio César a Bruto.</div><div style="text-align: justify;">—¿Me quiere convencer de que se puede apropiar de lo que se le ocurra sin pedir permiso?</div><div style="text-align: justify;">Lauría alzó los ojos al cielo, como implorándole a Dios para que tuviera paciencia con Becerra, el descerebrado. Cuando regresó a la Tierra su expresión había cambiado.</div><div style="text-align: justify;">—¿No se da cuenta, Becerra, de que en manos de Carlos Caganovelas esos textos están seguros, que está garantizada la noble y libre repartija de ideas entre los menesterosos del pensamiento? ¿No percibe que aires nuevos refrescan el ambiente y que esas desgraciadas criaturas, analfabetos funcionales, recibirán por fin su ración diaria de moralejas y enseñanzas, ejemplos y certezas, verdades y modelos? ¿Tan ciego es que prefiere privarlos de la luz sólo para satisfacer el ego corrompido de un par de escritorzuelos engreídos?</div><div style="text-align: justify;">—¿Un par? —logró barbotar Becerra.</div><div style="text-align: justify;">—¿Dos centenares? ¿Dice algo la cantidad o es la calidad lo que define y delimita?</div><div style="text-align: justify;">—¿Me está empaquetando, Lauría?</div><div style="text-align: justify;">—¿Yo? </div><div style="text-align: justify;">Becerra quiso cerrar los ojos, pero advirtió que no tenía párpados. Metió dos dedos en el culo y los recuperó.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué hice para merecer esto? —dijo Becerra—. ¿Maté, violé, estafé? ¿Por qué entre los siete mil millones de seres que habitan este planeta me tuvo que tocar justo a mí? ¿Por qué? ¿Hay una explicación en alguna parte?</div><div style="text-align: justify;">Lauría puso una mano sobre el hombro de Becerra, con la otra le acomodó un mechón de pelo rebelde y le dijo con mucha suavidad, como si le hablara a un niño.</div><div style="text-align: justify;">—Venga, Becerra, yo le voy a explicar. </div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-55435733204432653192009-01-14T07:21:00.000-08:002011-05-19T16:18:46.701-07:00ARRIBA DE TODO - Sergio Gaut vel Hartman<div style="text-align: justify;">No les voy a contar todas las peripecias que jalonaron la llegada al Cielo de Lauría. Digamos que llegó, enfrentó al secretario de Dios, un tipo malcarado de apellido Fernández y le exigió que lo dejara pasar.</div><div style="text-align: justify;">—¿Está loco? —dijo Fernández.</div><div style="text-align: justify;">—No, anormal, estoy muerto.</div><div style="text-align: justify;">—Está bien —dijo Dios saliendo del baño. Debajo del brazo tenía un ejemplar de El Gráfico del 12 de mayo de 1935, uno en el que sale el paraguayo Arsenio Erico en la tapa, y cara de pocos amigos; Dios, no Erico, que era un paraguayo buenísimo. Por lo visto Fernández se había olvidado de reponer el papel higiénico—. ¿Qué quiere, Lauría? —Está de más decir que Dios se sabía todos los números e El Gráfico de memoria pero los seguía leyendo porque ama la nostalgia.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se puede saber adónde lo mandaron a Becerra? Hace una eternidad que lo busco. Lo busqué por todas partes. Hasta en el infierno de los tughs: la diosa Khali casi me estrangula...</div><div style="text-align: justify;">—Escúcheme, Lauría: ustedes dos me tienen podrido; han puesto la creación cabeza abajo mientras estuvieron vivos. ¿Debo entender que ahora que están muertos se proponen seguirla aquí arriba?</div><div style="text-align: justify;">—Usted sabrá eso, no yo. Sus designios son inescrutables, casi siempre —agregó—. Arriba, abajo; usted sabrá.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué insinúa? —Dios volvió a fruncir el ceño. Lauría pensó que tal vez el problema no era el papel higiénico sino un feroz estreñimiento.</div><div style="text-align: justify;">—¿Existe algo así como la insinuación para el Ser Supremo? —se burló Lauría—. Creí que a este nivel sólo se manejaban con certezas.</div><div style="text-align: justify;">Dios miró a Lauría con una divina mezcla de furia, odio ciego e impotencia, si tal cosa es posible, y estalló como un capo mafia cualquiera. —¡Fernández!</div><div style="text-align: justify;">—Si, señor —dijo Fernández cuadrándose y llevando la mano derecha a la frente—; a sus órdenes.</div><div style="text-align: justify;">—¿De qué agujero lo sacó a Fernández, Dios? —dijo Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—No es algo que le incumba —repuso Dios mirando con asco a su esbirro. Hasta Lauría hubiera sido preferible como secretario.</div><div style="text-align: justify;">—Es un redimido del Olimpo, ¿no?</div><div style="text-align: justify;">—¿Fernández tiene pinta de griego, Lauría? ¿Es estúpido o qué?</div><div style="text-align: justify;">—No de ese Olimpo, Dios —bufó Lauría—, del otro, del garage.</div><div style="text-align: justify;">—Ah, del otro, claro. —Dios hizo de cuenta que revisaba unas fichas y Lauría se armó de paciencia. Ya le habían contado que ahí arriba las cosas eran como eran, no como a uno le hubiera gustado que fueran.</div><div style="text-align: justify;">—Podrían informatizar, ¿no?</div><div style="text-align: justify;">—¿Perdón?</div><div style="text-align: justify;">Lauría hizo un gesto con el dedo que abarcaba todo lo creado y lo aún por crear. —Que podrían poner computadoras, digo.</div><div style="text-align: justify;">—Eso. Sí podríamos. Pero para eso habría que dejar el asunto en manos de... ya sabe... —Dios apuntó con el dedo hacia abajo. —No es confiable. Es más difícil jaquear las fichas que escribimos a mano que craquear un programa.</div><div style="text-align: justify;">—Hombre de poca fe —murmuró Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué dijo?</div><div style="text-align: justify;">—Ya sabe, ¿se lo tengo que repetir? Usted sabe todo, creo.</div><div style="text-align: justify;">Dios miró a Lauría un momento. El tipo se tomaba muy a pecho ese asunto de que todo lo creado, pasado, presente y futuro, se deslizaba como aceite por los dedos de Dios. Pero para Dios no era tan sencillo. Mantener todas las bolas en el aire todo el tiempo no sólo supone ser el mejor prestidigitador, sino que además no hay margen para distraerse, nunca. Se lo dijo en la cara. —¿Sabe qué pasa, Lauría?, para mantener todas las bolas en el aire todo el tiempo no solo hay que ser el mejor prestidigitador, sino que además no hay que distraerse, nunca, entiende. Yo sé todo y lo puedo todo, pero usted me saca de quicio.</div><div style="text-align: justify;">—Perdón, a ver si lo entendí bien. ¿Eso significa que aparte de crear la creación original usted se involucró en la facturación de un sistema marginal, un universo lateral, obviamente también creado por usted, claro, pero que actúa de un modo autónomo hasta el punto de distraerlo de la realidad principal, a la que llamaremos, por una cuestión de pura comodidad y no porque ese sea el nombre que le corresponde por derecho, Realidad A?</div><div style="text-align: justify;">Dios resopló de un modo que seguramente produjo un huracán cósmico de tal magnitud que dos o tres galaxias se fueron por el sumidero. Pero ese no es el tema de este cuento.</div><div style="text-align: justify;">—¡Aquí está! —exclamó Dios sosteniendo triunfal, con dos dedos, una ficha bastante ajada—. Su querido amiguito Becerra está en GL89 UE82 ST12 CK45.</div><div style="text-align: justify;">—Ah, gracias, muy ilustrativo —se mofó Lauría—. Supongo que GL89 es el nivel, UE82 el escalón, ST12 el estante y CK45 la gaveta.</div><div style="text-align: justify;">—Casi bien —se contraburló Dios—. GL89 es el universo, UE82 la galaxia, ST12 el sistema solar y CK45 el planeta.</div><div style="text-align: justify;"> —¿Trata de hacerme creer que Becerra fue resucitado en el planeta CK45 del sistema solar ST12 de la galaxia UE82 del universo GL89?</div><div style="text-align: justify;">—¿Y usted se cree que a mí me sobra la materia como para andar despilfarrándola en cadáveres? Desde que decidí reconfigurar lo creado y tender a una optimización de los recursos me limito a hacer desaparecer a los finaditos de aquí y hacerlos reaparecer ahí, tras una leve operación cosmética destinada a que el muerto de ayer sea el vivo de mañana. Racionalización, Lauría, racionalización. Y ahora déjeme en paz y váyase por donde vino antes de que se me suba la mostaza y lo saque a patadas en el tujes. —Dios desenrolló su ejemplar de El Gráfico, materializó una mesa, una silla, una taza de café con leche, tres medialunas y tras sentarse sin volver a mirar a Lauría reinició la lectura.</div><div style="text-align: justify;"> —Una última cosa —dijo Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—¿Qué? —dijo Dios sin levantar los ojos de la revista.</div><div style="text-align: justify;">—¿Tiene necesidad de leer los resultados? ¿No los sabe?</div><div style="text-align: justify;">—Los sé, pero no me los acuerdo.</div><div style="text-align: justify;">—Una última cosa —insistió Lauría.</div><div style="text-align: justify;">—Ya dijo la última.</div><div style="text-align: justify;">—Una más última. Esta sí que es la última.</div><div style="text-align: justify;">—Bueno.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo voy al planeta CK44 del sistema solar ST13 de la galaxia UE83 del universo GL88?</div><div style="text-align: justify;">—¿Lo hace a propósito?</div><div style="text-align: justify;">—¿Preguntar?</div><div style="text-align: justify;">—Preguntar mal. Es el planeta CK45 del sistema solar ST12 de la galaxia UE82 del universo GL89.</div><div style="text-align: justify;">—Sí, lo hice a propósito, para ver si estaba atento.</div><div style="text-align: justify;">—¿Me está tomando examen? —bramó Dios.</div><div style="text-align: justify;">—Dios me libre y guarde —dijo Lauría—, omnipotente y todopoderoso señor.</div><div style="text-align: justify;">—Entonces me está tomando en solfa.</div><div style="text-align: justify;">—Dios me libre y guarde —repitió Lauría—, omnipotente y todopoderoso señor.</div><div style="text-align: justify;">Dios hizo un rollo con El Gráfico y lo convirtió en una estaca. Lo golpeó sobre la mesa y saltaron chispas. Las chispas interesaron la madera y la transformaron en una tea. Dios sacudió la tea por encima de su cabeza y la tea fue una cimitarra.</div><div style="text-align: justify;">—¡Impresionante! —dijo Lauría. Se metió la uña entre dos dientes y escarbó un poco—. ¿Quiere? —dijo extendiendo hacia Dios un trozo de materia marrón, residuo del asado comido en la estancia de don Gumersindo Pérez Uriosa poco antes de morir. Seguramente fueron los chorizos, que no estaban en buen estado.</div><div style="text-align: justify;">Dios clavó la cimitarra sobre la mesa. La mesa no se transformó en nada.</div><div style="text-align: justify;">—Vamos a hacer una cosa, a ver si me deja en paz. </div><div style="text-align: justify;">—Negociemos —dijo Lauría—, eso, negociemos.</div><div style="text-align: justify;">—No, no vamos a negociar nada —dijo Dios, otra vez furioso—. Yo le voy a conceder una gracia, porque soy el que soy.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se va a disfrazar de Becerra? —Los ojos de Lauría se iluminaron. —¡Cómo extraño a mi amigo! A veces lo extraño tanto que tengo miedo de haberme vuelto homosexual.</div><div style="text-align: justify;">—No me voy a disfrazar de nada. —Dios se detuvo justo a tiempo; había estado a punto de decirle que disfrazarse no es algo apropiado para alguien tan solemne y glorioso como Él. —Le voy a traer a su puto amigo y después, sin hacer un solo comentario más se van a ir de aquí y no van a volver nunca más hasta el día del Juicio, ¿entendió?</div><div style="text-align: justify;">—No, la verdad que no. Usted se contradice. Si regresamos el día del Juicio y usted sigue a cargo del negocio no vamos a poder contener la risa.</div><div style="text-align: justify;">Dios no contestó. Decir que Lauría rebasaba todos los límites, vulneraba las reglas, quebrantaba los estados, atropellaba las fronteras, y se pasaba por las pelotas a Dios y a la Holy Creación era decir poco.</div><div style="text-align: justify;">Pero mientras Dios reflexionaba, ponderando con cuidado su próxima jugada, Lauría desclavó la cimitarra y decapitó a Fernández. </div><div style="text-align: justify;">—¿Qué hizo?</div><div style="text-align: justify;">—Dígame, Dios, ¿usted ve poco y mal? Acabo de cortarle la cabeza a Fernández. ¿No se nota? —Lauría estaba tan salpicado de sangre que parecía un probador de salsas de una cantina italiana.</div><div style="text-align: justify;">Dios se forzó a guardar silencio, habida cuenta que, desde que Lauría merodeaba por los alrededores, todo era usado en su contra. Abdujo a Becerra desde el planeta CK45 del sistema solar ST12 de la galaxia UE82 del universo GL89 —vulgarmente llamado Banjanin por sus habitantes— y lo sentó en la silla frente a la mesa en la que todavía humeaba el café con leche y permanecían intocadas las tres medialunas.</div><div style="text-align: justify;">—Aquí tiene a su amigo —dijo Dios—. No le estoy pidiendo nada a cambio. Pero supongo que mi gesto será convenientemente apreciado. Quiero decir, supongo que ahora me dejarán en paz.</div><div style="text-align: justify;">Lauría contempló horrorizado a la criatura que sorbía ruidosamente el café con leche utilizando un apéndice vermiforme tornasolado, bastante parecido a un tramo de intestino de jirafa. El ser tenía aspecto de chirimoya y color verdoso; cinco orificios simétricos, semejantes a bocas de bordes dentados con ojos estrelloides sobre cada uno de ellos, indicaban a las claras que los naturales de Banjanin eran criaturas exocretáceas, de respiración osmótica y reproducción esporádica. Becerra había venido con el cuerpo con el que había renacido en CK45, claro.</div><div style="text-align: justify;">—¿A usted le parece que yo puedo aceptar que esta porquería es mi amigo del alma? ¿Cómo va a convencerme de que esto es Becerra?</div><div style="text-align: justify;">—¡Es Becerra, carajo! —exclamó Dios—. Las criaturas de Benjanin son así.</div><div style="text-align: justify;">—¡A su imagen y semejanza! —chilló Lauría—. ¡Nos ha tenido engañados por siglos y siglos.</div><div style="text-align: justify;">—Puedo tener ese aspecto, si quiero —dijo Dios.</div><div style="text-align: justify;">—Lindo aspecto para ser crucificado —dijo Lauría con sorna—. Un alcaucil con soretes colgando a los costados. ¡Muy bonito y funcional!</div><div style="text-align: justify;">(Esto daría para otro cuento, pero ya escribió uno parecido Cortázar, cuando era un crío, así que mejor lo dejamos).</div><div style="text-align: justify;">—Tómelo o déjelo —dijo Dios—. Es Becerra. Tiene la materia y el alma de Becerra, aunque organizadas de otro modo. Y si se empeña, y a pesar de las dificultades que entraña, puedo hacerlo pensar y hablar como Becerra.</div><div style="text-align: justify;">Por primera vez en mucho tiempo Lauría pareció bajar una o dos atmósferas de presión.</div><div style="text-align: justify;">—Dígame, ¿usted es Becerra, criatura?</div><div style="text-align: justify;">—Soy Becerra, Lauría. Soy un hombre prisionero en el interior de un extraño ser. Este cuerpo es una jaula para mí.</div><div style="text-align: justify;">—¡Qué desgracia! —se condolió Lauría—. Mire lo que ha hecho de mi amigo.</div><div style="text-align: justify;">—No lo hice a propósito —se defendió Dios—. Estaba en el Plan.</div><div style="text-align: justify;">—Buena mierda de Plan. Parece un plan de ahorro previo para comprar electrodomésticos.</div><div style="text-align: justify;">—¿Electrodomésticos? —dijo Dios.</div><div style="text-align: justify;">—No me diga que no sabe lo que son. Aspiradoras, enceradoras, hornos a microondas...</div><div style="text-align: justify;">—Ah, eso. No, no ese tipo de plan.</div><div style="text-align: justify;">—Déjelo en paz, Lauría —dijo Becerra. Su voz sonaba como la de un enano que hablara a través de papel metalizado desde dentro de un inodoro—. ¿No tenemos bastantes enemigos? Acuérdese de los chinos, del déspota que me encerró por el asunto de las estampillas y de la escribana a la que usted le mató el perrito a patadas. ¿Ahora quiere que nos enemistemos también con Dios? </div><div style="text-align: justify;">—Escuche a su amigo, Lauría —dijo Dios—. Es la voz de la sensatez.</div><div style="text-align: justify;">—No lo escucho un carajo. Es un extraterrestre de mierda en el que usted puso una grabación.</div><div style="text-align: justify;">—¿Que yo puse qué? —dijo Dios retrocediendo un paso. Las palabras de Lauría estaban más allá de toda lógica; nadie, nunca, se había atrevido a tanto.</div><div style="text-align: justify;">—Lauría, por el amor de Dios —dijo el extraterrestre de Banjanin que se hacía pasar por Becerra—, pida disculpas y deje de comportarse como un ordinario.</div><div style="text-align: justify;">—¿Se da cuenta? —dijo Lauría encarando a Dios, que retrocedió otro paso—. Becerra jamás me sugeriría que pida disculpas. Becerra es un imbécil, un pusilánime, un batata, un zafio, un petómano y un pirómano, pero me respeta. Este monstruo es un engendro que usted creó para salirse con la suya, pero no se crea que me va a engañar. ¡Vamos, a papá mono con bananas verdes...!</div><div style="text-align: justify;">Dios perdió la paciencia y empezó a buscarla.</div><div style="text-align: justify;">—¿Adónde habré metido la paciencia? —dijo Dios poniéndose en cuatro patas debajo de la mesa como quien busca una cucharita de plata que se le ha caído.</div><div style="text-align: justify;">—Esto me recuerda —dijo la criatura que se hacía pasar por Becerra hipando como si estuviera conteniendo una carcajada— el día de las chinas, cuando estábamos en el bar y se me cayó la cucharita debajo de la mesa. </div><div style="text-align: justify;">Lauría sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Avanzó hacia la chirimoya o alcachofa palpitante en la que se había convertido Becerra por obra y gracias de un Plan que —digámoslo con todas las letras— era por lo menos poco afortunado, y trató de rodearla (rodearlo) con sus brazos.</div><div style="text-align: justify;">—¡Querido Becerra! —exclamó Lauría—. ¡Qué feliz me siento!</div><div style="text-align: justify;">—Lo siento —dijo Becerra, confundido—, el que está sentado soy yo. Siéntese. —Pero ciertas constituciones (y no estoy hablando de la de los Estados Unidos o de la de Tonga) no son las ideales para moverse con destreza. Becerra (o el banjaniano, o la chirimoya, como prefieran) rodó encima de la mesa y se llevó por delante el café con leche, por entonces helado, y las mediaslunas. El peso de la criatura sobre una mesa creada por Dios de apuro y sin la más mínima ortodoxia, se derrumbó como si fuese un castillo de naipes. Pero una desgraciada circunstancia vino a complicar aún más las cosas. Recuerden (y si no recuerdan retrocedan algunas líneas) Dios andaba a gatas por el suelo buscando su paciencia perdida, por lo que la evaporación súbita de la mesa propició que la masa del banjaninano impactara de lleno en su espalda.</div><div style="text-align: justify;">—¡Ouch! —exclamó Dios al recibir los ciento cincuenta kilos de Becerra sobre el espinazo. A renglón seguido ambos yacieron uno junto al otro, con los brazos y apéndices entrelazados en unas posiciones que hicieron las delicias de los acólitos de la red universal de pornógrafos, asociación que como todos saben tiene cámaras automáticas apuntando a todos los sitios determinados con antelación por el Oráculo de Inferencia Probabilística.</div><div style="text-align: justify;">—¡Qué asco! —exclamó Lauría, que como todo pervertido es en el fondo un pacato y viceversa.</div><div style="text-align: justify;">Dios se levantó de un salto, asumiendo de una vez y para siempre la pérdida de su paciencia, se calzó el borceguí de titanio y sin volver a pronunciar palabra despachó a Lauría a las profundidades con una certera patada en el culo. Con Becerra tuvo algunas dificultades logísticas, ya que no acertaba a determinar con exactitud donde tenía el culo el banjanita, pero finalmente se decidió y pegó en cualquier parte. La alcachofa siguió una trayectoria similar a la de su predecesor y el Cielo se vio por fin libre de desperdicios.</div><div style="text-align: justify;">Mientras caían (del Cielo al Infierno hay un largo trecho), Becerra preguntó:</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo se lo imagina al Diablo, Lauría?</div><div style="text-align: justify;">—¿Me lo pregunta en serio, Becerra?</div><div style="text-align: justify;">—¿Le parece que estoy como para preguntar idioteces?</div><div style="text-align: justify;">—Tiene razón.</div><div style="text-align: justify;">—¿Entonces?</div><div style="text-align: justify;">—No tengo idea, pero le garantizo que le vamos a hacer pasar un rato muy entretenido.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-15408535602187084492009-01-12T12:20:00.000-08:002011-05-19T16:19:12.959-07:00PERVERSION - Sergio Gaut vel Hartman<div style="text-align: justify;">El déspota de Ropei contempló al abogado con ojos de asesino y sonrió entre dientes. —¿Qué le permite suponer —dijo—, que el sufrimiento de su defendido ablandó mi corazón?</div><div style="text-align: justify;">—Ha estado veinte años pudriéndose en un calabozo maloliente; veinte, ¿entiende?</div><div style="text-align: justify;">—Yo no tengo la culpa de que sus medios de transporte sea tan lentos.</div><div style="text-align: justify;">Lauría resopló. —No es lentitud. El efecto Brentano explica los efectos relativísticos del viaje...</div><div style="text-align: justify;">—¡Nada de jerga científica en mi casa! —vociferó el déspota—. Son sandeces, herejías, perversiones. La ciencia no existe. Es un fraude urdido por los magos para engañar a la gente sencilla. —A continuación pareció serenarse, pero deslizó una amenaza: —¿Quiere terminar también en un calabozo maloliente?</div><div style="text-align: justify;">Lauría reculó. Había viajado hasta Ropei para liberar a Becerra, injustamente encarcelado por el déspota. Guarrón era imponente; parecía no haber dejado de crecer en sus casi ochocientos años de vida y ver ese cuerpo y sentir ese aliento amedrentaba a cualquiera. Tras comprarle la inmortalidad a unos mercaderes del Saco de Carbón, el déspota se había dedicado a perseguir a los científicos de Ropei, intentando evitar que alguno de ellos, aunque fuera por casualidad, lograra descubrir el secreto de la inmortalidad. Guarrón quería ser el déspota de Ropei hasta el fin de los tiempos, a consecuencia de lo cual había convertido a su planeta en una pocilga de atraso y pesadumbre. </div><div style="text-align: justify;">—Es una falsa acusación —dijo Lauría—. Becerra no es científico.</div><div style="text-align: justify;">—¡Él mismo lo admitió! —aulló el déspota; no sabía hablar, sólo sabía gritar—. Y yo lo vi con mis propios ojos —agregó tocándose los globos oculares con una uña larga y sucia; Guarrón no se había cortado las uñas en los últimos trescientos años.</div><div style="text-align: justify;">—Es un equívoco —insistió Lauría—. Mi defendido es inocente de lo que se le acusa.</div><div style="text-align: justify;">—No lo es. Lo he visto experimentar con los objetos de su ciencia. Lo he visto manipular esos objetos pequeños, frágiles. Jamás presencié nada parecido. Y estoy seguro que usted tampoco. Son las herramientas de una ciencia antigua que él practica, una ciencia oculta y maligna. Su perversión no tiene límites y su objetivo salta a la vista: quiere despojarme de mi tesoro.</div><div style="text-align: justify;">—¿Su inmortalidad? —aventuró Lauría. </div><div style="text-align: justify;">—Mi inmortalidad —suspiró el déspota, tal vez abrumado por la carga pero sin voluntad de admitirlo—. Hizo alarde de su ciencia; afirma que sus objetos son inmortales, no yo. Que yo soy un fraude, y que sus diminutas piezas ya existían cuando toda la humanidad vivía en un mismo mundo, la Tierra. </div><div style="text-align: justify;">—Nunca me habló de eso —dijo Lauría en voz baja—. Crecimos juntos en Tibilea, el mundo de las lunas azules.</div><div style="text-align: justify;">—No es ciencia, es perversión —reiteró Guarrón, empecinado.</div><div style="text-align: justify;">—Becerra no es un hombre pervertido. —Lauría hizo una pausa y trató de sostener la mirada del déspota; no era fácil—. ¿Le dio un nombre a su arte, de su ciencia, de su magia... en fin, de su... actividad?</div><div style="text-align: justify;">—Sí. —El déspota midió las palabras como si con su sola pronunciación pudiera rajar el continente de costa a costa. —Dijo que lo que él hace con sus pequeños rectángulos ilustrados se llama... filatelia.</div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1430521814835077137.post-71732227921306503342009-01-07T18:13:00.000-08:002011-05-19T16:19:56.114-07:00EL HOMBRE QUE ODIABA A LOS ANIMALES - Sergio Gaut vel Hartman<h1 style="text-align: justify;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: small; font-weight: normal; line-height: 24px;">—¡Fundamentalista! —soltó la dama del perrito en la cara de Lauría como respuesta a la piedra que éste, sin esconder la mano, le había arrojado al animal tras descubrirlo defecando en el umbral de la puerta de su casa. Lauría no se inmutó; le habían dicho cosas peores, y en definitiva, aborrecer a los animales no era un hábito más condenable que odiar a los chinos o incordiar a los ancianos en las plazas. Por toda respuesta cubrió con tres zancadas la distancia que lo separaba de la mujer y su Yorkshire, y sin detenerse a apuntar arrojó una patada formidable que tomó al animalito de lleno y lo estrelló contra el semáforo, que en ese momento estaba en rojo. El animal, huelga decirlo, ya estaba muerto en el momento de tocar tierra (semáforo en verde). La mujer, presa de un comprensible ataque de histeria, se rasguñó las mejillas y se orinó, pero el grito insalubre que debía brotar de su garganta tropezó con la glotis y cayó de bruces sobre el velo del paladar, en abierto desafío a la ley de la gravedad.</span></h1><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Lauría, ¿qué hizo? —exclamó Becerra llegando a la carrera, demudado, atónito por la escena que acababa de presenciar—. ¡Lo mató, mató al perro de la escribana Henríquez Rico!</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Qué quería que hiciera? ¿Que lo llevara a la ópera? ¿Que lo mandara a Oxford a estudiar dirección de empresas? ¿Que lo premiara con un trozo de lomo asado? El perro de la escribana Henríquez Rico estaba defecando en el umbral de la puerta mi casa.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Sí, sí, pero usted es una bestia —dijo Becerra—. Eso no es motivo para matarlo. No hay absolutamente ninguna relación entre el delito y el castigo. —Se aproximó a la mujer, quien permanecía con la boca abierta, congelada en un rictus que no puede ser descripto, mirando sucesiva y alternativamente a Lauría y a la masa esponjosa de pelos grises y negros en que había sido convertido su amado Luismi. Al rato, tal vez inducida por la mano de Becerra, que le acariciaba el hombro desnudo, la mujer logró hipar unos gemidos discontinuos y luego evacuó un sollozo largo y desolado. En todo ese tiempo, Lauría no se había movido del lugar de la patada. —Me imagino que habrá pergeñado una excusa conveniente para explicar este acto sin nombre —concluyó Becerra.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;"> Lauría se rascó la coronilla con el dedo; la punta del dedo era una uña larga y sucia. </div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Necesito —dijo—, además de los excrementos en sí mismos, una razón más efectiva y rotunda que mi aversión a los animales en general, a los perros como especie y a los Yorkshire en particular?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Aghhh —dijo la mujer. Era la primera palabra que pronunciaba desde fundamentalista, cuando Luismi todavía estaba vivo; no parecía ser una palabra que expresara mucho más que impotencia ante los hechos consumados. El animal ya estaba muerto, pero hasta donde ella sabía, no existen leyes que castiguen el asesinato de animales. ¿O sí?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Contra lo que cree, Lauría —dijo Becerra—, matar a un animal es un delito. —Puso las manos en la cintura y permaneció impasible, en paz con su conciencia, sabedor de que Lauría, por una vez en la vida, no hallaría una respuesta salvadora. Pero Lauría no sólo tenía una respuesta, también tenía una excelente pregunta.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Y cuando se mata a un animal para comer? ¿Está seguro de que en este lugar está vedada la caza de perros? ¿Es o no el Yorkshire una raza de perros guiseros?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Perros guiseros? —Becerra no tenía palabras; nunca había oído hablar de perros guiseros. Y la mujer, que ya había transcurrido la mayor parte del catálogo Winston de gestos y muecas, se desmayó al descubrir que Yorkshire, la raza a la que había pertenecido su amado Luismi, era una raza guisera. Becerra osciló como un anillo de oro atado a un hilo que pende sobre la boca de un vaso lleno de agua. El recorrido de su mano, desde la cintura de la mujer al cuello de Lauría, pareció dibujarse en el aire como un circuito de placa.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Lauría: usted está loco, rematadamente loco. ¿Cuánta carne cree que se puede aprovechar en un Yorkshire? Cien gramos de jamón en una feta gruesa o una butifarra, comprados en cualquier fiambrería, proporcionarían una mayor satisfacción, hablando, se entiende, desde un punto de vista estrictamente gastronómico, que la que se puede obtener guisando a este bicharraco.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">Al oír la palabra bicharraco la mujer abrió los ojos.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Usted no sabe lo que dice, Becerra —protestó Lauría—, ha vomitado esa estupidez porque nunca comió estofado de Yorkshire. Le paso la receta: se lo despelleja a conciencia, se lo vacía de vísceras, que no son aprovechables, se lo troza en ocho y se lo pone a cocinar en una cazuela de barro en la que previamente se han saltado en aceite y ajo un pimiento rojo y un ají picante...</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">Al oír las palabras pimiento rojo y ají picante la mujer cerró los ojos, perdida de nuevo en los laberintos de la inconsciencia.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—No tengo elementos para anotar la receta —dijo Becerra con los ojos húmedos y la saliva inundándole la boca por la excitación. Depositó a la escribana Henríquez Rico en un banco sólido, de piedra (el Zuerst Nationale Bank von Schwyz Waldstätte, para más datos) y firmó el documento que comprometía al banco a devolver a la escribana Henríquez Rico al cabo de cuarenta años. La operación (interés compuesto mediante) devengaría para entonces un duplicado clónico flamante de la escribana Henríquez Rico. Pero esa es otra historia y la narraré otro día, lo prometo—. No obstante, y sin pretensiones de discutir su talento culinario, ¿no le parece que sus métodos para cazar Yorkshires son un tanto... rústicos?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Rústicos? —Una vez que Lauría hincaba el diente se comportaba como un Mastín Napolitano. —¿Le parece rústico cazar a las patadas? ¿Más rústico que disparar una escopeta, rociando la atmósfera de perdigones del tamaño de una semilla de cáñamo, docenas de los cuales quedarán en los tejidos y cinco o seis irán a parar a las muelas del comensal, partiéndoselas? </div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">Becerra pareció perder el dominio de la situación por primera vez desde el óbito de Luismi. —Mirado desde ese punto de vista... —La escribana Henríquez Rico observó consternada que dos empleados del Zuerst Nationale Bank von Schwyz Waldstätte la estaban tasando. Aunque bastante recuperada de la conmoción sufrida tras la muerte de su mascota, se golpeaba continuamente la sien con la palma de la mano mientras cerraba los ojos y fruncía el ceño, incapaz de entender la transacción que había consumado Becerra y que la ubicaba en el rol de elemento esencial de la misma sin haberlo ella pedido.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿No le ocurrió con las perdices y otras gallináceas?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¡Exacto! —exclamó Becerra—. Una amigo de la familia, don Tomás Suárez Piris, gaucho de Madariaga, iba a cazar copetonas a Henderson cada dos por tres, y nos las regalaba escabechadas, tres por cuatro, doce. ¡Si me habré partido muelas y dientes con los benditos perdigones!</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Se da cuenta ahora por qué prefiero cazar perros a las patadas? No es por gusto, es por necesidad.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Más o menos. ¿La carne no queda amoratada? ¿Acalambrada? ¿Desgarrada?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¡No diga zonceras, hombre! El animal ni siquiera se da cuenta de que se muere. La patada le parte el espinazo antes de que vea llegar la punta del zapato. La interrupción del flujo nervioso, por estrangulamiento medular lo manda del otro lado al instante.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">Becerra demandó silencio de Lauría y lo instó a observar la partida de la escribana Henríquez Rico, quien viajaba a Suiza por asuntos de negocios casi sin tocar el suelo. </div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Si no fuera porque veo a los dos fornidos agentes del Zuerst Nationale Bank von Schwyz Waldstätte —comentó Becerra—, diría que la escribana Henríquez Rico levita.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Tal vez levita —dijo Lauría reflexivo, rascándose la barbilla con el dedo de la uña larga y sucia—. Tal vez levita porque finalmente comprendió que el sacrificio de Luismi fue realizado para alabar a Jehová.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Lo dice en serio? ¿Por qué no me lo advirtió antes? —Becerra dio un paso atrás para contemplar a Lauría en toda su magnificencia. Si hubiera sabido que se trataba de una patada religiosa... —¿Usted es una persona de fe, Lauría?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Qué otra cosa podría ser? —respondió éste, mosqueado por la duda—. He seguido las normativas de Abraham y Aarón toda mi vida.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Eso significa que si yo en lugar de Becerra fuera Becerro me degollaría en presencia de Jehová y ofrecería mi sangre y la rociaría alrededor del altar?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—En efecto. —Lauría hizo una mueca impúdica, más que nada para marcar el fin de la sección religiosa de la charla. —¿Guisamos el Yorkshire antes de que entre en estado de descomposición?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Si, en efecto, tiene razón. Hagamos ese estofado antes de que se pudra —dijo Becerra—. Voy a comprar zanahorias y arvejas y pimientos. Pero lo prepararemos como si fuera un conejo, ¿de acuerdo? Prefiero mi receta; no confío en la suya. Usted tiene el gusto salvaje de un kalmuco.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—De acuerdo —dijo Lauría, indiferente al insulto de Becerra, y se agachó a recoger los restos de Luismi. No llegó a completar el movimiento porque una voz atronadora descendió desde lo alto.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¡Ni se le ocurra!</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Qué pasa, Becerra?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Yo no dije nada —se defendió el acusado.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Dijo: “ni se le ocurra”.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—No fui yo.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Fui yo —aclaró la misma voz potente. Sonaba como un dios, parecía un dios, a todas luces, pero no lo era. Era un extraterrestre que pasaba por el lugar y tras presenciar lo ocurrido, desde “fundamentalista” en adelante, había decidido intervenir a pesar de las severas restricciones impuestas por el Código Galáctico para inmiscuirse en los asuntos privados de los terrestres. Está de más decirlo, pero el asesinato del Yorkshire de la escribana Henríquez Rico era un asunto estrictamente privado desde el punto de vista del Derecho Galáctico, pero un tema que hería profundamente el desarrolladísimo sentido ético de la mayoría de las especies de la galaxia.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Y usted quién es? —dijo Lauría—. ¡Muéstrese, carajo!</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Soy poco más que una voz —dijo el extraterrestre—. Si me mostrara con toda mi magnificencia ustedes podrían sufrir choques psíquicos irreversibles, traumas de gran magnitud.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Déjenos correr el riesgo —dijo Lauría—. ¿Con qué autoridad se arroga el derecho de manipular nuestros deseos, aún los más destructivos?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Con una autoridad semejante a la que usted utilizó para destrozar al perro de la escribana Henríquez.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Tocado —dijo Lauría.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Hundido —completó Becerra.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—De acuerdo —dijo Lauría, burlón—; acepto mi culpabilidad. ¿Puedo conocer la pena que me corresponde?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">El extraterrestre, que medía poco más de trece centímetros, hizo una pausa significativa, que sonó como si estuviera consultando el tomo CCXVIII del Código Penal Galáctico. —Aquí está —dijo finalmente—. Ataque seguido de muerte de una criatura inferior en el ecosistema común.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Este es un ecosistema común? —dijo Becerra—. ¡Quién lo hubiera dicho!</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Común a ambos —aclaró Lauría—, pedazo de imbécil.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Qué pena le corresponde? —dijo Becerra aprovechando la volada para herir a Lauría.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Doce años de trabajos forzados, sin posibilidad de conmutación, en el planetoide HJ-908-B —dijo el extraterrestre.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Quién paga el viaje? —quiso saber Lauría.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Viaje de ida a cargo de <st1:personname productid="la Autoridad Galáctica" st="on">la Autoridad Galáctica</st1:personname> para <st1:personname productid="la Igualdad" st="on">la Igualdad</st1:personname> y <st1:personname productid="la Justicia." st="on">la Justicia.</st1:personname></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Viaje de vuelta? —El asunto se complica, pensó Becerra.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—A cargo del liberado. Se supone que en doce años habrá amasado una pequeña fortuna.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿De dónde sale esa certeza? —dijo Lauría.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—De que el planetoide HJ-908-B es básicamente de arcilla y los internos se dedican a modelar y pintar cacharros. Pero como no hay casi nada más que hacer, el resultado suele ser bastante positivo.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">Lauría le hizo una seña a Becerra y ambos cayeron sobre el extraterrestre al unísono y lo atraparon de algo que se parecía bastante a un cogote.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¡Jamás en mi vida vi a un ser extraterrestre tan insignificante! —exclamó Becerra.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Jamás en su vida vio a un extraterrestre —rectificó Lauría.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¡Suéltenme, desgraciados! —chilló el extraterrestre al borde de la histeria, lo que a pesar de las diferencias morfológicas lo hacía bastante parecido a la escribana Henríquez Rico. Movió algo que se parecía a una trompa de elefante enano alrededor de un disco córneo que se parecía a una esclusa de submarino de bolsillo—. Daré parte a <st1:personname productid="la Brigada" st="on">la Brigada</st1:personname> de Represión Galáctica que procederá a clausurar este planeta por ciento veinte días.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¡Eso sí que es una pena! —se lamentó Becerra sacudiendo los dedos como si tuviera las uñas recién pintadas.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Le dije, Becerra, que siento una profunda aversión por los extraterrestres en general, hacia los sorpros como especie y a este hábil pillo llamado Erihs’kroihs en particular?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Como sabe mi nombre secreto? —se espantó Erihs’kroihs moviendo alocadamente un embudo estriado que se parecía bastante al hocico de un oso hormiguero.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Sé todo lo que necesita una persona creativa para sobrevivir en este universo hostil. —Mientras exponía su ideario, Lauría colocó al extraterrestre en una jofaina y lo envolvió con cinta adhesiva hasta inmovilizarlo por completo. Así amortajado, Erihs’kroihs se parecía bastante a una estatuilla hicsa de <st1:personname productid="la XIII Dinastía." st="on">la XIII Dinastía.</st1:personname></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—No creo que en estas condiciones —dijo Becerra— el amigo Erihs’kroihs pueda poner las transgresiones por usted cometidas en conocimiento de <st1:personname productid="la Unidad" st="on">la Unidad</st1:personname> de Represalias Galácticas.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Brigada de Represión Galáctica, Becerra. No sea impreciso en su apreciaciones. —Sin embargo, Lauría reflexionó en profundidad acerca de los peligros potenciales que entrañaba mantener prisionero a un ser extraterrestre. —¿Sabe una cosa, Becerra —dijo finalmente—: he reflexionado en profundidad acerca de los peligros potenciales que entraña mantener prisionero a un ser extraterrestre.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Sí?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Sí. Erihs’kroihs podría ser híper telépata, o poseer el don de disolver la cinta adhesiva, o de matar con ultrasonidos emitidos por un órgano bastante parecido a un silbato para perros que lleva escondido debajo de los pliegues que le cuelgan encima de los bordes del zócalo de esa protuberancia tan parecida a una teta.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—No se me había ocurrido —dijo Becerra—. ¿Qué vamos a hacer?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">Lauría no contestó. Se rascó el costado de la cabeza con la uña larga y sucia y sin dar mayores explicaciones sacó al extraterrestre de la jofaina, lo puso en el suelo y lo pisó con el taco de su bota hasta convertirlo en una pasta irreconocible.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¿Le parece que será comestible? —dijo Becerra.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¡No sea asqueroso, Becerra! —replicó Lauría haciendo una mueca muy desagradable—. ¡Cómo se va a comer a un ser extraterrestre que yo aplasté con el taco de mi bota. ¿Sabe la cantidad de excrementos de perro que piso por día?</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—Si le despegamos con cuidado toda la cinta adhesiva que usted le puso tal vez podamos...</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—¡Por favor! —Lauría se acercó al coqueto recipiente destinado a los desperdicios que el gobierno local había colocado junto a las unidades de restauración moral y arrojó adentro a Erihs’kroihs, o por lo menos lo que quedaba de Erihs’kroihs. —Despellejemos, trocemos, guisemos y comamos a Luismi antes de que la escribana Henríquez Rico logre escapar de las garras de los esbirros del Zuerst Nationale Bank von Schwyz Waldstätte.</div><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; mso-pagination: widow-orphan; text-align: justify; text-indent: 14.2pt;">—No escapará, Lauría. ¡Es un banco suizo! No entiendo cómo puede ser tan descreído y desconfiado.</div>Sergio Gaut vel Hartmanhttp://www.blogger.com/profile/03003549990827781599noreply@blogger.com1